EL SALVADOR
Aún recuerdo el momento en el que salía el listado definitivo de mi voluntariado. Este iba a ser San Salvador, capital del pequeño país de El Salvador, en el corazón de Centroamérica. Aún recuerdo las reuniones de con los voluntarios. La ilusión de todos por irnos. Pero también ese temor por la fama de peligroso que rodea al país. Fama mal ganada, pues si te mueves con la precaución y los cuidados propios de un país desconocido, descubrirás un país con gente verdaderamente encantadora.
Y este es mucho de los contrastes de El Salvador. Un país con la gente más maravillosa que uno puede conocer, siempre dispuesta a ayudarte y hacerte sentir mejor incluso que en tu propia casa. Y es gracias a esta gente que uno se olvida de esas feísimas historias de la prensa para, poco a poco, disfrutar más y más de este maravilloso país.
Eso sí, las cosas al llegar a la ciudad de San Salvador no son sencillas. Al principio todo era caos: una ciudad en la que conducen como locos sin respetar ni al peatón ni a los demás vehículos. Aquí los pasos de cebra son decorativos y los autobuses conducen aún más rápido que los coches. Estos autobuses merecerían un capítulo aparte: antiquísimos autobuses escolares reciclados, pintados con mil colores y repletos de gente que monta y baja casi en marcha… Pero al final, descubres que empiezas poco a poco a formar parte de esa ciudad. Ahora eres tú quien cruza la calle al mínimo respiro que da el tráfico. Y empiezas a quitarte el miedo. Ya empiezas a montarte en esos autobuses con los que alucinabas al principio. E incluso llega el momento en el que eres tú quien va montado en la misma puerta con medio cuerpo salido o pide al conductor que pare un segundo en la calle que a ti te viene mejor, sin que exista una parada, para saltar casi en marcha.
El día a día en la universidad te ponía en contacto con muchas de las realidades del país. También empiezas a empatizar con la gente e incluso a admirar a los que allí estudian. Para muchos de ellos supone un gran esfuerzo con largas jornadas y largos transportes desde sus casas. Un alumno me pedía salir un poco antes porque vivía a más de dos horas. Para él salir 15 minutos más tarde suponía perder su autobús y tener que esperar durante más de media hora al siguiente. También escuchas historias de compañeros que, antes de terminar su carrera y obtener un trabajo en la universidad, apenas tenían para comer.
Te das cuenta de lo importante que es la universidad para ellos y de las esperanzas y ganas que ponen porque saben que gracias a ese título puede tener un empleo que les permita tener una vida más sencilla. Sueñan con no tener que volver a malcomer e incluso poder tener coche y dar dinero a sus padres que tantas esperanzas han puesto en ellos.
El trabajo en el Ministerio de Medio ambiente y Recursos Naturales quizás fue algo menos enriquecedor a nivel humano, pero me llevo grandes experiencias y conocimientos de como trabajan en el observatorio. ¡Incluso realicé alguna salida con ellos a hacer análisis de temperatura de volcanes y medición de gases!
Es posible que mi aportación en El Salvador sea bastante discreta. Estoy convencido que yo me llevo bastante más de lo que dejo. Pero espero haber ayudado. Quiero pensar que mis alumnos han aprendido y que mi estancia les ha ayudado. ¡Incluso es posible que dentro de unos años alguno aún recuerde a ese español que tanto énfasis ponía en que comprendieran las cosas y no memorizaran!Yo, en cambio, siempre tendré en mi memoria este país. Este voluntariado es una experiencia muy enriquecedora. Será parte de esa mochila con la que afrontar el presente y futuro. Pero no será una carga, serán alas para volar aún más lejos.