Voluntaria en Proyecto SCRIBBLE, Universidad del Norte Barranquilla (Colombia)
Mi llegada a esta ciudad fue precipitada y sin mucha preparación personal. Quizá por eso el golpe de cálida humedad que me dió la bienvenida a Barranquilla -y que sigue aún pegada a mi cuerpo y enredada en mi pelo permanentemente encrespado- me resultó acogedor en un principio. Llegué un sábado en la siempre temprana noche colombiana. El domingo me puse en contacto con mi Tutora para aclarar a qué hora debía ir a la oficina el lunes. Me respondió sorprendida porque creía que llegaba una semana más tarde, ahí entendí que no se hubiera puesto en contacto conmigo para preguntarme por mi llegada o por si necesitara que alguien me recogiera del aeropuerto. Por suerte y por coincidencia, la familia de una conocida es de Barranquilla, y ellos fueron quienes me recibieron, me acompañaron a la casa donde viviría los primeros días y fueron mi primera muestra de la tremenda hospitalidad y calidez humana que caracteriza a los colombianos, y más especialmente a los costeños.
Llegué a Barranquilla un sábado y ese mismo lunes empecé el voluntariado. El proyecto en el que participo aquí, Scribble, se trata de actividades en inglés con niños y niñas, que viven en comunidades vulnerables, de 5 a 15 años. El proyecto está enmarcado en el Programa Univoluntarios de la Universidad del Norte. Este se nutre de estudiantes de la propia universidad para configurar la red de voluntarios y voluntarias que llevan a cabo las diferentes actividades. Esa es una de las razones por las que las primeras tres semanas no fueron fáciles. En el voluntariado no había mucho por hacer ya que llegué en periodo de vacaciones, tanto para los voluntarios como para los niños con los que trabajamos en los proyectos, pero en la oficina sí se me requería cumplir un horario quizá demasiado exigente teniendo en cuenta la cantidad de trabajo que había. Esos 20 días estuve muy desubicada. No entendía bien mi función aquí, tampoco nadie se tomó el tiempo de explicármelo claramente. Sólo fui intentando descifrar el trabajo de otros años para saber cómo funcionar, y me resultó bastante caótico. Y no era yo la única con esa sensación. Antes de comenzar a ir a las comunidades tuve alguna reunión, tanto con fundaciones con las que colaboramos, como con voluntarios y voluntarias de Scribble, y de ellas siempre me llevaba una sensación de cierta desilusión con el proyecto. Eso por un lado me hizo sentir como si estuvieran descontentos con la que ahora era mi función, aunque yo acabara de llegar; pero, por otro lado, me planteé como un reto recuperar la confianza de todos en el proyecto, lo que resultaba bastante motivante.
Una vez se retomaron las clases en la Universidad, comenzamos con las actividades en la comunidad. Son tres las comunidades con las que colaboramos, dos se realizan con el apoyo de voluntarias y otra en la que trabajo yo sola -esto también me asustó un poco al principio-. Lo cierto es que una vez se empieza a conocer a los niños y niñas y a la comunidad en general, todos los miedos y preocupaciones se van disipando. Era de lo que tenía ganas, de comenzar a trabajar con la gente y dejar de pelearme con una carpeta de Google Drive llena de documentos que no entendía de dónde venían ni cómo se habían utilizado.
El primer contacto con la comunidad siempre es muy divertido. No faltaban las (siempre MUY malas) imitaciones del acento “eshpañol”, las preguntas sobre de de dónde venía y lo que había conocido de aquí y las recomendaciones de toda la comida que debía probar. Además, a los niños y niñas también les impresionaba que fuera a enseñarles inglés, “di algo en inglés”, me retaban todo el tiempo. Me gustó ver que mostraban un interés tan grande por el idioma que íbamos a trabajar con ellos. Pero no sé si les llegaba a impresionar tanto como el hecho de que mi forma de hablar en español fuera “como en la tele”.
Tras las dos o tres primeras semanas de trabajo con los niños, se unieron nuevos voluntarios y voluntarias al proyecto. En ese momento empecé a sentir mayor responsabilidad, ya que estas personas me tenían como referencia y eso suponía que yo debía controlar muchos factores que en realidad no tenía aún nada claros. El apoyo de las voluntarias más veteranas y, sobre todo, de una de mis compañeras de trabajo fue vital para no fallar en ese aspecto y conseguir que la mayoría de gente que vino por primera vez a alguna actividad de Scribble continúe hoy asistiendo, tanto niños/-as como voluntarios/-as. Y es que otra de las tareas que se me presentan es el trabajo con los y las voluntarias, y resulta una de las más frustrantes. ¿Cuántas decenas de preguntas les habré formulado a través del grupo de WhatsApp que han quedado sin respuesta? Que asistan a las dos o tres horas de actividad el viernes en la tarde o sábado en la mañana no es ningún problema, pero que a lo largo de la semana se involucren en la programación de actividades es aún hoy algo que conseguir. No obstante, el trabajo con niños es muy agradecido, y siempre acaba funcionando y seguimos progresando.
Lo cierto es que todo son retos en este voluntariado. Pocas cosas hay que funcionen bien a la primera, y eso es lo que más me está haciendo crecer. Creo que esta oportunidad me está dirigiendo mucho profesionalmente. La experiencia invita a hacer muy tuyo el proyecto. Estoy descubriendo formas de trabajo que no me gustan tanto, y eso me ayuda a identificar a qué quiero dedicarme y cómo se podrían hacer mejor las cosas, y también a tomar parte para cambiarlas aquí y ahora. Me siento cada día más cómoda y capaz, y lo mejor es que siento que sí estamos consiguiendo poco a poco resultados con los niños con los que trabajamos, que es lo importante.