08 de Noviembre de 2025 – Experiencia de Héctor Alonso Castillo Colque.
Voluntariado en San Vicente Sur, El Salvador.
Soy estudiante de Arquitectura en la ETSAM-UPM y actualmente participo en un voluntariado en San Vicente Sur, El Salvador, un lugar que se siente como un pequeño pueblo lleno de vida. La gente es muy amable, y se percibe un ambiente de gran tranquilidad y seguridad que hace que la experiencia esté siendo realmente enriquecedora, tanto en lo profesional como en lo personal.
Durante mi estancia, entre el 16 de Septiembre al 21 de Diciembre, formo parte del Departamento de Proyectos y Desarrollo Urbano de la Alcaldía de San Vicente, en colaboración con la Universidad Politécnica de Madrid (UPM-ETSAM). Nuestro trabajo principal se centra en el Plan de Ordenación Territorial de la cabecera municipal de San Vicente Sur, un proyecto ambicioso que busca ordenar el crecimiento urbano, mejorar la infraestructura y preservar el entorno natural de la zona.
Además de este plan general, el departamento impulsa proyectos de arquitectura a menor escala, destinados a mejorar espacios públicos, equipamientos y barrios de la ciudad. Estas intervenciones más pequeñas permiten aplicar ideas de urbanismo táctico y diseño participativo, escuchando a los vecinos y adaptando las soluciones a sus necesidades reales.
De forma independiente y por iniciativa personal, también colaboro algunas tardes de manera voluntaria con el refugio de animales “Salva Huellitas”, un espacio gestionado por vecinos locales. Allí ayudamos en tareas de mejora del lugar, como pequeñas reparaciones, limpieza y acondicionamiento de los espacios para los animales. No está relacionado directamente con el trabajo del departamento, pero me permite conocer otra cara del compromiso comunitario y participar en un entorno muy humano y solidario.
Contexto.
San Vicente es una ciudad pequeña y vibrante, rodeada de volcanes y atravesada por una energía social muy genuina. Aquí, el territorio y la vida cotidiana están profundamente entrelazados: el mercado, las plazas, las calles y los cafetales conforman una red de relaciones humanas que van mucho más allá de lo físico. Desde el primer día comprendí que este voluntariado no consistiría solo en dibujar planos o analizar datos urbanos, sino en entender cómo la gente habita y transforma su entorno.
Impresiones iniciales.
Lo que más me sorprendió fue la hospitalidad de la comunidad. En cada reunión o recorrido, las personas se acercan a conversar, compartir una historia o invitarte a un café o té. Esa cercanía humana da sentido al trabajo técnico, porque te hace ver que detrás de cada decisión territorial hay rostros, expectativas y afectos.
También me llamó la atención el contraste entre la riqueza cultural y natural del lugar y las limitaciones estructurales a las que se enfrenta el municipio: falta de recursos, vulnerabilidad ante desastres naturales y escasez de planificación a largo plazo. En este contexto, nuestro trabajo como equipo tiene un componente casi pedagógico: construir junto a la gente una visión de futuro posible y sostenible.
Desafíos.
El principal desafío ha sido adaptar la metodología técnica del urbanismo a un contexto donde la información cartográfica y los datos oficiales son limitados. Hemos aprendido a trabajar con herramientas sencillas, mucha observación directa y un diálogo constante con la comunidad. Cada visita a campo se convierte en una clase viva, donde las personas mayores cuentan cómo cambió el territorio, los jóvenes muestran sus barrios y los líderes locales proponen soluciones creativas.
Otro reto importante ha sido la comunicación intercultural. Aunque compartimos el idioma, hay diferencias en los ritmos, los modos de organizar el trabajo y las formas de entender el territorio. Aprender a escuchar, respetar los tiempos y encontrar puntos comunes ha sido tan importante como cualquier análisis técnico.
Aprendizajes.
Este voluntariado me está enseñando que la arquitectura y el urbanismo no solo se ejercen desde el diseño, sino también desde la empatía y la colaboración. Cada croquis o propuesta nace de conversaciones, caminatas y experiencias compartidas. He descubierto el valor de lo cotidiano como fuente de conocimiento: la sombra de un árbol, la rutina del mercado o el flujo de motos al atardecer cuentan más sobre la ciudad que muchos informes.
Además, trabajar con la Alcaldía de San Vicente me ha permitido entender cómo las decisiones locales se construyen colectivamente, entre técnicos, vecinos y autoridades. Es un proceso lento, pero profundamente humano, donde cada avance, por pequeño que sea, representa una mejora real en la calidad de vida.
Reflexión final.
Participar en este proyecto me ha ayudado a ver la arquitectura desde otro lugar: como herramienta para fortalecer vínculos y pensar en el bienestar común. Más allá del plano o el mapa, lo que queda son las personas, las conversaciones y la sensación de haber contribuido, aunque sea un poco, a imaginar un futuro mejor para San Vicente Sur.
El voluntariado internacional no solo amplía la mirada profesional, también transforma la forma en que uno entiende el mundo y su papel dentro de él. En mi caso, ha sido una experiencia profundamente formativa y humana que recordaré siempre.

Persona mayor trabajando en la calle

Cachorros de Salva Huellitas

Día de baño en el refugio

Paradas informales de San Vicente

Reunión técnica

Volcán de San Vicente