De Madrid a Quinchía: una historia de café, comunidad y aprendizaje
Buenas, ¿qué más? Soy Adisel, alumna de último año de Ingeniería Alimentaria en la ETSIAAB, una de las escuelas de la Universidad Politécnica de Madrid. Ya van poco más de dos meses aquí, en Colombia, precisamente en Quinchía, un pueblito en el Eje Cafetero donde me he sentido como en casa desde el primer día.
Desde que llegué, todo el estrés y el alboroto de vivir en una ciudad desaparecieron. Aquí hay cerros por todas partes, cuestas infinitas, un paisaje intensamente verde, y gente muy tranquila, hospitalaria y simpática; algo que no se ve a diario en Madrid. Además, debo confesar que entre tanta subida y bajada terminé haciendo más actividad física que en todo lo que llevaba de año: caminar aquí es casi un deporte, pero uno de esos que te conecta con el entorno, con la tierra y con la vida del pueblo.
Como futura Ingeniera en Alimentos, como dirían aquí, mis tareas se centraron más en aportar ideas de mejora durante el proceso de transformación, y en la elaboración de documentos técnicos que espero y que sé que serán de gran utilidad para la asociación que me hizo sentir una más: APECAFEQ, Asociación de Pequeños Cafeteros de Quinchía. Tuve la oportunidad de involucrarme en temas de calidad, buenas prácticas, registros, trazabilidad y optimización de procesos, algo que nunca había vivido tan de cerca y que me permitió aplicar lo aprendido en la carrera de una forma real y útil, justo lo que quería y esperaba de este voluntariado.

Además, pude involucrarme en tareas más prácticas, como el empaque y sellado del café especial que producimos. Aunque pueda parecer sencillo, para mí fue una de las experiencias más significativas: ahí se siente realmente el esfuerzo de toda la cadena, desde el productor hasta quienes transforman y empacan cada lote. Ser parte de ese proceso me hizo sentir aún más integrada a la asociación, como si estuviera dejando una pequeña huella en cada bolsa que salía de la bodega. Y lo disfruté mucho: entre conversaciones, risas y la música de la radio de fondo, con canciones populares como “Gomela y Montañero” de Luis Alfonso, el trabajo se volvía más ligero y cercano.

Sin embargo, no todo han sido días en la bodega o en la oficina. También he desarrollado parte de mi Voluntariado UPCM en espacios abiertos y más desenfadados como “El Rancho del Tío”, donde tomaba asistencia durante las capacitaciones y compartía con los asociados: escuchando sus ideas, inquietudes y experiencias sobre el cultivo y sobre la misma asociación, entre otras. Ese contacto directo fue una de las cosas más valiosas, porque a través de esas conversaciones entendí el esfuerzo que hay detrás de cada taza de café y la importancia que tiene la asociatividad en territorios rurales.
Asimismo, ese tipo de actividades me permitió conectar de verdad, mano a mano, con los campesinos y los demás habitantes del pueblo. Gracias a ello, me invitaron a dar charlas en colegios, conocer sus fincas y asistir a más días de campo y a talleres, como uno sobre producción de queso, parte de un pequeño emprendimiento que se está llevando a cabo desde el pasado marzo en una de las tantas veredas de Quinchía: La Ceiba. Ese día elaboramos queso mozzarella y kumis, y también me dieron a probar dos tipos de quesos que llevaban ya varios meses madurando: queso envinado y queso ahumado. Todo muy artesanal y sabroso, productos del campo para gente del campo.

Esta oportunidad me ha hecho aprender muchísimo sobre el café, pues cuando vine tenía ideas generales, pero en el transcurso de estos meses, y con la ayuda del equipo de la asociación, cada vez aprendí más. Hago una mención especial a Liliana, catadora de café y mujer con la que convivo, quien me ha acogido como a una hija más. Ella nunca dudó en resolver mis dudas, incluso cuando era tarde en la noche y estábamos juntas en el salón viendo la televisión.
Hoy, mirando atrás, siento que llegué a Quinchía buscando aprender y crecer personalmente, y me voy llevando mucho más de lo que imaginé: historias, amistades, aprendizajes y un cariño enorme por este pueblito que me adoptó desde el primer día. Gracias, Quinchía, y gracias APECAFEQ.