Durante este tiempo fuera de casa, de mi barrio, lejos de mi familia y amigos, no he parado de aprender y de recoger aspectos prácticos y humanos de la vida. También, aquello relacionado con la capacitación laboral en el ámbito socioeducativo con niños, niñas y adolescentes con derechos básicos vulnerados a través de la participación en espacios de la denominada educación no formal.
Desde el inicio tuve una buena acogida por parte de los compañeros y de la propia ciudad: cómoda, pequeña, fácil para moverse, sencilla, amable, pero cara. Me dediqué a querer conocer, a pasear para ubicarme, a hablar con la gente que habita esta ciudad, a conocer las calles y los rincones. Me apresuré a andar y andar agarrando distintas calles, pararme para preguntar, entrar en todo aquello que se presentaba ante mis ojos. Leer para conocer un poco mejor el lugar, pero también para situarme en qué función iba a tener que desempeñar en este voluntariado. Escribir y describir lo que vivía, veía y sentía.
Poco a poco fui asentándome en la ciudad y en el voluntariado. Fui haciéndome a la vida aquí, acostumbrándome a vivir en un lugar desconocido que me suponía muchas contradicciones por mis experiencias anteriores en otros lugares del Mundo, por mi actividad social y política en Madrid, por mi forma de acercarme a un lugar y a la participación social, por mi desconocimiento. Pronto me sumergí en la lectura y en la búsqueda de elementos prácticos que me ayudasen a llevar adelante el voluntariado desde el pensar y repensar, acomodar lo teórico a la práctica, abrirme a los códigos de una generación, de una clase social y cultura popular determinada. Así como entender mi posición en los proyectos socioeducativos y en el propio sentido del voluntariado.
En este camino he podido definir la infancia y la adolescencia. He observado las consecuencias que sacuden a las clases sociales más empobrecidas y explotadas a partir de la aplicación de políticas neoliberales de décadas pasadas en un país que, en esta guerra de rapiñas de la acumulación de capital, no se encuentra en posición ventajosa. He profundizado en sobrellevar las contradicciones, en construirme un enfoque educativo y pedagógico y en tratar de superar mis propias limitaciones comunicativas al trabajar con una generación determinada. He tenido que convivir con la nostalgia y la frustración de un mundo de escala de grises y limitaciones. He interiorizado el pensar en el fondo del contenido y no sólo en cómo ponerlo en marcha. También, he tenido que lidiar y enfrentar las emociones que me producen los sujetos y agentes que desde la práctica social y comunitaria reproducen el sistema de dominación. Todo un estado de aprendizaje lo que aquí resumo, entre otras cuestiones prácticas, personales e ideológicas.
Los proyectos
Estos proyectos me han puesto en la tesitura de dar vueltas al pensamiento, al conocimiento, a las teorías, para poder formar parte de los grupos multidisciplinares que trabajan con los menores, así como para la comprensión y el acercamiento al contexto social y cultural existente que les rodea.
El programa en Montevideo se enmarca dentro de un convenio con el Servicio de Extensión de la Universidad Católica de Uruguay. A partir de este espacio universitario me incluyo en proyectos específicos con estudiantes uruguayos e internacionales en el ámbito comunitario, es decir, la Universidad tiene acuerdos con organizaciones (públicas y privadas) que trabajan directamente con la población dentro y fuera de los espacios de educación formal o se enfocan al trabajo con población específica (personas discapacitadas o mujeres, por ejemplo). Cada proyecto tiene unas características propias en base a las “necesidades o demandas” que los trabajadores de estos espacios señalan y ponen a disposición de los estudiantes para que estos se incluyan en la participación social y comunitaria a través de proyectos con objetivos determinados. Pero las especificidades también atienden a la forma de trabajar de cada espacio y a los propios grupos de personas que dan sentido a estos espacios, es decir, las niñas, niños, adolescentes, las mujeres, las personas con discapacidad… Grupos que aunque compartan patrones que podamos identificar como semejantes, son diversos y heterogéneos en lo grupal y en lo singular.
En mi caso, he podido formar parte de cinco proyectos diferentes y he podido coordinar otros dos grupos de estudiantes. Así, participo en un Club de Niños, un Centro Juvenil, una Escuela Pública, una ONG que trabaja con menores de edad y madres adolescentes y jóvenes y, un centro para personas con discapacidad. Los clubes de niños, al igual que los centros juveniles y los caif son programas que nacieron de organizaciones civiles para proteger y promover los derechos de la infancia y la adolescencia, pero que se encuentran incluidas en el marco de regulación pública.
Los objetivos de cada proyecto varían, así como la capacidad de atenderlos y desarrollar una planificación concreta en la que se vean incluidos los propósitos a través de actividades lúdicas, comunicativas y socioeducativas.
Durante estos meses he podido vincularme a grupos de menores. Cada uno con su historia personal, cada grupo con sus características propias. Al principio no era fácil conectar. Los estudiantes éramos completos desconocidos. Llegamos durante un tiempo y luego nos vamos. Nos presentamos, nos comenzamos a conocer y traemos las propuestas de actividades con una metodología determinada, teniendo un panorama general previo a través de las descripciones que los grupos multidisciplinares de cada centro nos facilitan. Es posteriormente cuando vamos descubriendo la dinámica del propio grupo, en base al acercamiento y al vínculo con los menores. Una etapa en la que comenzamos a aproximar las actividades planteadas a los pequeños teniendo en cuenta sus características individuales y colectivas.
Cada persona ajena al desarrollo de estos espacios y al conocimiento de los más pequeños, podemos cometer errores al planificar las actividades y no adaptarlas al contexto general de los grupos, a su edad y a sus conocimientos previos. A veces, llegamos con ideas preconcebidas que comienzan a desmontarse durante el desarrollo del proyecto. A veces, el grupo nos puede abrir todo un mar de emociones y de capacitaciones que comenzamos a desarrollar, así como a sentir. Cada joven tiene un aprendizaje y una forma concreta de relacionarse en el grupo al que pertenece. Es todo un desafío conocerlos más profundamente: Primero, por el tiempo limitado durante el cual estamos presentes; segundo, por la mayor o menor facilidad en crear una especie de relación de confianza o de permeabilidad que contribuya al conocimiento mutuo, al respeto mutuo, al diálogo y a la empatía, sin perder de vista los objetivos del proyecto.
Maduras el sentir y el hacer. Ellos te prueban, son niños, niñas y adolescentes que continuamente, al igual que tú observas, ellos lo hacen contigo y por su edad concreta tienden también a desafiar, al inconformismo y a cuestionar. ¡Adolescencia! ¿Quién no recuerda algo de aquellos años? Al mismo tiempo, el contexto específico en el que crecen y se desenvuelven también les otorga unos códigos comunicativos y de relación específicos. Por su parte, los estudiantes de la Universidad tienen otros. Buscar el nexo entre ambos grupos, y entenderse, no quiere decir difuminar o querer eliminar los de la otra persona o grupo, no quiere decir valorar como bueno o malo. Se trata de entender y entenderse para construir algo, para tratar de dejar algo que pueda servirles en su desarrollo personal, educativo y profesional, al tiempo que ellos y ellas te dejan a ti. ¡Sólo el tiempo madurará ambos aprendizajes!
Hay momentos en los que su desparpajo de niño, niña y adolescente te fascina. De pronto, te han puesto entre la espada y la pared con una pregunta, te han brindado un comentario que no te esperas, te han hecho un guiño de complicidad, te han mostrado cercanía, te han puesto en jaque toda la planificación. En definitiva, te muestran la cara más amarga y la más dulce de la sinceridad y la espontaneidad. En el fondo, esto me encanta. Aunque a veces frustre, lo aprecio, es parte de su vitalidad y la fuerza que tienen dentro, de su inconformismo.
En un momento dado te das cuenta del tiempo que ha pasado, en los avances que se han producido, en el cambio en la relación. Y, empiezas a mirarte por dentro y a divisar el final de la etapa. ¿Cómo decir adiós? ¿Cómo prepararse para el despegue? ¿Qué habrá quedado? ¿Qué me han dejado? No es fácil prepararte para una despedida anunciada, pero así ha de ser. Ellos y ellas podrán conocer otros grupos de gente con los que se vinculen, y tal vez se acuerden de los contenidos de la etapa en la que tú formaste parte, pero tal vez no. Tal vez te recuerden con el paso de los años, o tal vez no. Los que sí sé es que ellos y ellas sí me acompañarán.
Pensando y repensando mi participación y los proyectos en el marco de la desigualdad social
Estoy inmersa en una etapa de repreguntar y articular actividades concretas que contribuyan a posibilitar una alternativa crítica de pensamiento y de acción destinada a la práctica socioeducativa, lúdica y de apoyo a cuestiones concretas que faciliten, complementen y alivien las condiciones de los más pequeños. No sólo eso, se trata de posibilitar la adquisición de herramientas que sean recogidas, adaptadas y utilizadas por los propios jóvenes, convirtiéndose en agentes transformadores de su propia vida, entorno y sociedad.
Esta etapa me ha facilitado el poder percibir y trabajar sobre algunos de los condicionantes sociales concretos, consecuencias de la explotación, desigualdad, discriminación, exclusión, estigmas sociales, vulnerabilidad etc. que sufren los grupos humanos con los que participo. Situaciones que condicionan la vida pasada, presente y futura de la infancia y la adolescencia. De ellos y de ellas ¡de los más pequeños! El futuro de cualquier sociedad. Quienes están destinados a afrontar la realidad, a combatir la frustración que genera y a motivar un futuro mejor.
La educación es en sí misma una articulación de posibilidades no sólo laborales, sino de cuestionamiento y de comprensión de la realidad existente de una sociedad concreta, grupo o colectivo. Sin esos cuestionamientos perecemos en un status quo que nos mantiene en la delimitación sistémica construida en base a la explotación generadora de desigualdad y opresión, que mantiene a los grupos humanos diferenciados social y culturalmente, construidos en base al poder que ejercemos unos sobre los otros (clases sociales, género, hegemonía cultural…).
Sin esos cuestionamientos, la aproximación a cómo construir sociedades justas e igualitarias se difumina. Sin estos cuestionamientos, así como la agrupación en base a los intereses semejantes de los grupos humanos destinados a mantener una posición social de vulnerabilidad y subordinación, los grupos sociales estaremos destinados a la barbarie de construirnos por oposición de desigualdad. Sin embargo, no es un cimiento lo que nos mantiene en una posición social de explotación, exclusión y pobreza. Los muros no están hechos para mantenerse de por vida en la trayectoria de nuestros ojos, en la limitación de nuestras vidas.
En este proceso, cada aliento de un niño, niña o joven permite que el trabajo cobre sentido. Aunque no es fácil, siempre está destinado a poner la mira en el camino, sobrepasando las dificultades. Cada singularidad del grupo ha de ser tenida en cuenta para potenciarla en la correlación e interrelación de los individuos que lo conforman. La experiencia como generadora de conciencia crítica y de desarrollo de las capacitaciones que como colectivo han de construir en el esfuerzo por la mejora de las condiciones de vida humanas. No sólo eso. La experiencia es motor de vinculación con el medio, el contexto. Partiendo de la base de que los niños, niñas y adolescentes pendientes de un recurso socioeducativo, nutricional y lúdico, son parte de las capas populares más vulnerables de la ciudad de Montevideo, rebrota la importancia de construirse como voces con necesidad de incluirse en las esferas políticas, sociales, culturales, económicas e intelectuales-educativas que estructuran una sociedad. Sujetos capaces de, una vez definida su toma de conciencia individual y colectiva, así como fomentada su capacidad como grupo organizado cohesionado, puedan ser articuladores de sus propios intereses y sean capaces de movilizar a los ámbitos comunitarios y generacionales a los que pertenecen. Desde el sentido de la igualdad, el conocimiento del lenguaje y los códigos comunicativos del contexto en el que tienen cabida, y la motivación de ser voz directa, sin intermediaros o interpretaciones, en aquellas esferas de discusión y toma de decisiones desde la oposición a la estructura sistémica y en colaboración con otros grupos y agentes sociales y políticos que sean capaces de unificar intereses comunes, a pesar de las diferencias en los contextos específicos barriales.
Pero, ¿cómo hacerlo? Si bien no tengo una respuesta, entiendo que los espacios públicos, comunitarios y de apoyo, no han de ser meros transmisores de conductas y apoyo escolar. Aunque ciertamente, la práctica socioeducativa es la base necesaria que posibilita la alfabetización y garantiza el acceso a la educación y su continuación. Esto supone un foco principal para contribuir a la entrada de los niños, niñas y adolescentes en el ámbito laboral, por tanto, cierta autonomía económica, cobertura de las necesidades materiales y más oportunidades a pesar de las limitaciones existentes. Así como educativo-intelectual, base para contribuir a incorporar su propio punto de vista del contexto y de sus necesidades, al tiempo que articulan sus demandas, acciones y movilizaciones.
Mi proceso
Sobre todo ello me pregunto, ¿cómo naturalizamos nuestra realidad cotidiana? ¿Cuánta frustración condiciona nuestra vida, nuestras perspectivas? ¿Cómo las sociedades podemos negar y apartar las consecuencias humanas de este modo de producción capitalista en el que estamos inmersos? ¿Cómo puede restringirse la culpabilidad al pobre y al político? ¿Cómo destruir y construir? ¿Qué manos se agarran y cuáles no podrán ser agarradas? ¿Cómo tener voz sin llegar a los espacios donde se maneja el destino inmediato de una sociedad? ¿Siempre intermediarios? ¿Siempre condicionados por una cultura popular, un vocabulario, unas formas de relacionamiento, de ver la vida, de reivindicar los derechos propios continuamente vulnerados a pesar de las políticas sociales y educativas que tratan de revertir décadas de asfixia y exclusión? ¿Cómo aliviar y transformar? ¿Buenismo o toma de conciencia y pérdida de intereses propios?
En cada estancia fuera de casa, e instancia dentro de mi espacio cotidiano en Madrid, contemplo cómo las experiencias colectivas, la capacidad de preguntarme y el aprendizaje condicionan la perspectiva de mi propia realidad. He aprendido a desnaturalizar momentos de mi propia infancia y adolescencia. He aprendido a ver qué produce en el tiempo la aplicación de políticas neoliberales y cómo en el tiempo hace estragos en aquellos trabajadores destinados a ser pobres, a vivir hacinados, a contemplar la vida desde el ahora y para el ahora, en cómo esto relega a grupos sociales a generar una cultura despojada y marginada, culpabilizada y apuntalada por el resto de la sociedad, incluso por aquellos que pueden un día compartir su destino. Estos últimos, a la vez, son los que mantienen el peso de la coyuntura socioeconómica que propicia aquellas políticas sociales enfocadas a la población más vulnerada, pero al mismo tiempo se ven golpeados por ella y cercados en tener que trabajar para sobrevivir también. Con esto no me refiero a la imagen que trasladan trabajadores (de oficios y profesionales) de identidad de clase media, de ese quiero y no puedo pero me lo creo y lo defiendo, me alío con mi postura con las clases altas y me construyo por oposición hacia las bajas. Hablo de estructura, hablo de cómo se puede producir la reversión de una situación social compleja que estigmatiza, que separa a los grupos sociales pendientes de contemplar intereses comunes en la mejora de sus condiciones y en los cuestionamientos sobre su propia realidad, pero ¿qué se puede pedir? La sociedad está segmentada, separada, empobrecida a pesar de las políticas sociales que alivian ciertas necesidades básicas, al tiempo que se ven castigadas por una realidad estructural y coyuntural que limita su aplicación y la capacidad de transformar una sociedad en tiempos que históricamente no significan nada. Unas décadas en las que la política económica, y por tanto las políticas sociales, no ha sido la ruptura, con todo lo positivo que ha traído y la necesidad de que se mantenga y se profundice, pero ¿quién puede encarar hoy una ruptura con el sistema capitalista? ¿Quién puede encarar hoy un cambio cultural que facilite la superación del consumo y del individualismo?
Hoy los niños, las niñas y los jóvenes siguen sumidos en la falta de oportunidades y las limitaciones. Hoy, parafraseando a Eduardo Galeano, “entre todos los rehenes del sistema, ellos son los que peor la pasan. La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata: casi nunca los escucha, jamás los comprende. Nacen con las raíces al aire”. Hoy, “los niños pobres son los que más ferozmente sufren la contradicción entre una cultura que manda consumir y una realidad que lo prohíbe. El hambre los obliga a robar o a prostituirse; pero también los obliga la sociedad de consumo, que los insulta ofreciendo lo que niega. Y ellos se vengan lanzándose al asalto”. Hoy, miro la infancia en este Mundo, miro la infancia en España…
Alejandra Gutiérrez Calderón