Hace ya casi tres meses que llegué a Montevideo. A decir de verdad, no se muy bien que es lo que esperaba recibir de esta oportunidad que me estaba dando mi universidad, pero cuando terminó la experiencia ya había encontrado más de lo que había esperado encontrar.
La llegada a una ciudad nueva (especialmente si es en un país nuevo, en un continente nuevo) siempre es difícil. Tuve la suerte de que la capital de Uruguay, donde vive la mitad de la población del país es muy “paseable”, así que no había pasado una semana y ya me conocía las calles principales, alguna que otra zona en los alrededores de mi casa y los atajos para llegar a la Universidad Católica de Uruguay por la sombra -ya que según decía todo el mundo, sobre el país había un importante agujero en la capa de ozono que hacía que el sol quemara más de lo normal, aun cuando no hacía demasiado calor-.
Una vez adaptado a la ciudad, y estando el país todavía a medio arrancar por las vacaciones de verano, pude conocer a Agustín, el coordinador del Centro Berit, y a Luana, Nico y Mica, los que serían mis compañeros en los proyectos que llevaba a cabo el centro. También los que supieron hacerme sentir como en casa tan lejos de la mía.
El día a día en el centro Berit, perteneciente a la UCU, consistía en organizar las actividades que habíamos pensado para cada jornada, y, una vez estaba todo claro, ir a los espacios donde se desarrollaban los proyectos. En Plácido Ellauri, el crecimiento del Proyecto Horizontal había hecho necesario dividir a los asistentes en grupos de pequeños y mayores para que todo funcionara mejor, y los talleres y actividades, aunque se pensaran como un todo, quedaban divididas en función de la edad de los niños. En el Cerro de Montevideo las actividades estaban pensadas especialmente para acercar a los niños a la temática de la sostenibilidad ambiental, realizando talleres de huerta o de discusión sobre cambio climático, sequía…
Aunque aún muchos niños estaban de vacaciones hasta mediados de marzo, y los proyectos no podían aterrizarse del todo hasta que no se supieran cuantos asistentes habría regularmente y otros datos de organización, la pasión con la que se llevaba a cabo el trabajo en ambos proyectos era constante, y conseguí empaparme de esa manera de trabajar, que hacía que todo fuera muy fácil. Aunque ya hace un tiempo de mi vuelta, sigo pensando en los paseos por la Rambla, en las tardes preparando los paseos del día siguiente con los Gurises de Plácido Ellauri, en las agujetas después de preparar los bancales en la huerta del Cerro…