Cuando uno piensa en África muchas veces imagina un semi desierto yermo, con un calor asfixiante, llena de tribus similares a los Masáis y donde en determinados lugares se puede observar los animales con los que todos los niños sueñan desde que ven el Rey León por primera vez. Tribulaciones
Normalmente la realidad dista bastante de nuestra imaginación y esta vez no iba a constituir una excepción. El paraje en que me encuentro es un lugar extremadamente lleno de vegetación, con abundantes árboles frutales y por la noche bastante frio. Quizás en lo que a la observación de animales se refiere sea lo único que pueda estar cercano a la realidad, ya que donde quiera que vaya es fácil observar monos y antílopes, así como hipopótamos y cocodrilos en las inmediaciones de los ríos y pequeñas lagunas que existen alrededor de Lugala, el pequeño pueblo de Tanzania donde me encuentro.
Abdullah Ibrahim dijo una vez “Nos robaron el tiempo y nos dieron el reloj”. Desde luego si existe un lugar donde darse cuenta de la certeza de dichas palabras es Lugala. Lo primero que uno constata al llegar es la tranquilidad que lo envuelve. La vida transcurre “Pole Pole” (despacio), a un ritmo que tan pausado que cuesta incluso adaptarse y no volverse loco, mas una vez que te imbuyes en ella, comienzas a disfrutar verdaderamente de ello. Esto se refleja en la gente, nadie va con prisas, las conversaciones son constantes y en ellas puedes dedicar tranquilamente 10 minutos solo a saludar a la otra persona. Siempre hay sonrisas y hospitalidad. La hora no existe.
En cuanto a mi actividad aquí, esta me resulta bastante satisfactoria. Mi cometido principal es la de asesorar en materia técnica a Elly, la coordinadora del proyecto que ONGAWA, Ingeniería para el Desarrollo Humano está desarrollando en el poblado de Biro, una pequeña comunidad rural aislada a unos 50 km de Lugala. El proyecto consiste en la producción y distribución de energía eléctrica mediante la gasificación de la cascarilla de arroz, principal producto producido en esta zona de Tanzania, profundamente agrícola y ganadera. De este proyecto se beneficiarán directamente alrededor de 150 familias y 15 empresas e instituciones, que por primera vez podrán realizar el para nosotros simple y cotidiano hecho de encender una bombilla. Además, se generarán 7 trabajos directos como consecuencia de la actividad de la planta: 3 operarios que gestionarán la misma y 4 mujeres que usarán el subproducto del proceso de gasificación para la producción de briquetas de carbón “verde”, que se utilizan cotidianamente para cocinar.
Durante estos meses por tanto me he visto en vuelto en distintas actividades, algunas de ellas más técnicas como el diseño de la red eléctrica, otras más burocráticas, como la redacción de la oferta pública para la contratación de los trabajos de construcción de la red y otras de directamente relacionadas con la gestión de proyectos, como la supervisión de la instalación de la central de gasificación. No resulta fácil ni mucho menos poder llevar a cabo actividades tan diversas, en las que cuento con tan poca experiencia, pero poco a poco la cosas van saliendo adelante y con la ayuda de Elly y los voluntarios de ONGAWA en Madrid, todo va saliendo adelante.
Siendo honesto he de confesar que me siento muy afortunado de poder estar viviendo esta experiencia, en todos los aspectos, tanto personal como profesional. Esta experiencia me está dando permitiendo participar activamente en la gestión de proyectos, algo que poca gente de mi edad y experiencia tiene la oportunidad de llevar a cabo, a la vez que puedo observar, sentir y palpar como mis acciones influyen en la población. Cómo se puede, si se quiere, transformar la vida de las personas.
Llegado al ecuador de esta experiencia aún existe mucho trabajo por llevar acabo, muchas experiencias por vivir y muchas cosas por aprender. El reloj avanza, pero el tiempo vuelve a ser nuestro.
¡Seguimos!
Jorge Soria Pineño