Mi llegada a México estuvo marcada por la desorganización, ya que la universidad con la que venía a colaborar (UNAM) se encontraba cerrada por vacaciones. Sin embargo, como no hay mal que por bien no venga, aproveché esta eventualidad para viajar un poco y conocer la magia de la zona donde me encontraba. He de decir que venía un poco atemorizado por la imagen de peligro e inseguridad que se da continuamente de este país. Para colmo el estado de Michoacán, me habían dicho, es uno de los estados más peligrosos de México debido a su alto índice de narcotráfico. Sin embargo, al llegar aquí ese temor desapareció, pues la amabilidad y generosidad que la gente muestra en cada acción cotidiana aplaca cualquier tipo de sensación de inseguridad.
Me costó un poco acostumbrarme al sistema de transporte de Morelia, capital del estado de Michoacán. Las combis son furgonetas en las que la gente viaja hacinada de un lado a otro, cogiéndolas y bajándose en cualquier punto de la ciudad, sin paradas señalizadas. Un sistema algo anárquico de colores y números que marcan cada ruta al que uno acaba acostumbrándose con la práctica. Los autobuses para poder desplazarme a otras ciudades o estados los encontré mucho más cómodos y pese a la impuntualidad mexicana (pensaba que nadie podía ser más impuntual que los españoles, pero me equivocaba) hasta el momento no he tenido ningún tipo de problema destacable para desplazarme de un lado a otro. Jamás me imaginé que México fuera un país de una extensión tan inmensa, situación que me ha obligado en alguna ocasión a coger un avión para ir a otro estado, ya que la travesía por carretera en autobús podría dilatarse un par de días.
En cuanto al cambio cultural, he de decir que es destacable. Pese a compartir idioma, muchas palabras y expresiones son totalmente diferentes, llegando incluso a crear situaciones cómicas al tener significados diferentes para las mismas palabras. A pesar de eso, la personalidad cálida de los mexicanos, propia de Latinoamérica, hace muy fácil la adaptación y muy llevadera la estancia. En términos de adaptación cultural, se hace imprescindible tener buen estómago para probar todos los platos tradicionales, ya que la gastronomía es la seña de identidad mexicana. Pese a que no soy un fan incondicional del picante, llegaba a México convencido de que tendría que salir de aquí pudiendo tolerarlo sin problema, de modo que lo primero que hice fue comer tacos con salsa
picante para ir preparándome a lo que se me vendría encima. Afortunadamente siempre he tenido un estómago que tolera de todo, por lo que conseguí pasar las primeras semanas sin sufrir el mal de Moctezuma, conocido por infligir sobre los europeos problemas estomacales al no estar acostumbrados a tanto picante y a la cantidad ingente de carne grasienta del menú mexicano. Superadas pues, como digo, las primeras semanas sin ningún percance, he disfrutado desde entonces de la riquísima comida mexicana. Carne y tortillas, esa es la base fundamental para entender los platos típicos mexicanos, a partir de ahí según cómo se hagan las tortillas o cómo se enrollan le ponen un nombre diferente a cada plato. Tienen por tanto cientos de nombres diferentes de platos distintos que para mí no dejan de ser tortillas con algún tipo de carne, siempre acompañados por supuesto de frijoles, arroz y limón, mucho limón con todo. Recomiendo encarecidamente a cualquier amante de la comida que venga una vez en la vida a México, pues no he conocido a nadie que disfrute tanto de la comida como los mexicanos.
Una vez adaptado a la cultura y finalizado el periodo vacacional, tocaba ir a la universidad para comenzar con el proyecto. Actualmente soy parte del Laboratorio de Bioenergía de la UNAM Campus Morelia, donde colaboro en la mejora de la estufa Patsari, una cocina de leña en la que trabaja el equipo del Dr. Omar Masera para mejorar la eficiencia y reducir las emisiones en la práctica de cocción de alimentos de las comunidades rurales del estado. Es un proyecto muy interesante y con el que estoy aprendiendo mucho acerca de la biomasa y sus dispositivos. Además de ayudar a la mejora de la salud de la gente de dichas comunidades, disminuyendo las emisiones tóxicas que emanan de la quema de leña cuando hacen la comida, también contribuimos a reducir el impacto ambiental que tienen dichas emisiones.
La experiencia hasta el momento está siendo muy positiva, impulsada sobre todo por el buen ambiente que reina en el Laboratorio de Bioenergía gracias a la gente excepcional que aquí trabaja. Una suerte de mezcla entre investigadores, técnicos y alumnos que hace que se cree una dinámica de trabajo muy positiva y efectiva. De momento he colaborado en pruebas del laboratorio y aunque aún no he podido asistir a pruebas de campo en comunidades indígenas, espero que pronto pueda vivir esa experiencia. Me quedan aún por delante muchas experiencias por vivir antes devolver a España y estoy seguro de que serán tan positivas como las vividas hasta el momento.