Bolivia, un paraíso perdido en los Andes
Bolivia es una nación de contrastes, un lugar mágico donde la belleza de sus paisajes y la calidez de su gente se enfrenta a la dura realidad que implican las difíciles condiciones climáticas y la escasez de agua en vastas regiones de este país ubicado en lo alto de la cordillera de los Andes.
Llegué a Sucre, su capital, lleno de expectativas, pero con muy poco conocimiento sobre cómo sería el trabajo de voluntariado en el proyecto «Empoderamiento de mujeres migrantes rurales que viven en el Distrito IV”, que tiene como finalidad garantizar la producción de alimentos para cerca de 130 familias y lograr algunos excedentes para la venta.
Sorprendido por la aridez del terreno y tras visitar la humilde vivienda de Juana Amachuy y Andrés Alaca, en la junta vecinal de Sol de Oropeza, en la periferia de la ciudad de Sucre, a la que se llega a través una carretera polvorienta serpenteando una de las montañas que circundan el casco urbano de la llamada Ciudad Blanca, entendí que lograr una alimentación medianamente balanceada en este lugar es una tarea que demanda el esfuerzo de muchos.
En Bolivia conocí gente maravillosa, personas con una educación y un arraigo por su cultura admirables, que disfrutan como pocos las cosas simples de la vida, y que el rezago en varios campos del desarrollo es compensado por su capacidad inquebrantable de adaptación, como es el caso de Potosí, una población de cerca de un millón de habitantes ubicada a 4.090 metros de altitud, en donde sus habitantes llegan a desplazarse hasta 50 kilómetros solo para lavar sus ropas.
Son muchas las necesidades por resolver en este país suramericano en materia de salud, educación, agua potable, seguridad alimentaria, derechos humanos, violencia contra la mujer, entre otros, pero en materia de seguridad ciudadana es un ejemplo para muchos de los países de Latinoamérica, un lugar donde volví a sentirme libre y podía caminar por sus calles con total despreocupación.
Trabajé intensamente en la construcción de carpas solares, dicté talleres sobre violencia de género y violencia política contra la mujer, participé en muchas ferias de productos agrícolas, visité museos y disfrute de sus fiestas y ciudades, me dejé embrujar por el salar de Uyuni, aprendí un montón y dejé grandes amigos, así que solo me resta decir “Pachi” (gracias) Bolivia.