Colombia, Departamento de Risaralda, Municipio de Quinchía.
Noviembre 2025 – Aventura de Leonardo R.V.
El comienzo
Mi inmersión en Colombia, específicamente en el Eje Cafetero y la vibrante Zona Paisa, ha sido tan alucinante y espectacular que solo me queda describirla con un: «¡Qué chimba, parce!». El folclórico realismo mágico colombiano te abraza nada más descubres esta geografía inmensa de riqueza natural.
Sin embargo, seamos honestos: este país no es para personas tímidas o poco curiosas. Aquí, la gente es viva, versátil y con un despecho que, paradójicamente, se convierte en la receta ideal de la mejor salsa para alegrar la vida. Si lo que buscas es un orden social digno de un reloj, te sentirás enseguida fuera de lugar. ¡Aquí abunda el vivir sin filtros, de maneral natural y con despreocupación!
Si he llegado a vivir esta experiencia es gracias a la beca “Voluntariado UPCM”, mi gratitud es enorme; sin ella, esta aventura no habría sido posible. Pese a que el presupuesto inicial siempre se siente algo corto (esos vuelos de ida y vuelta, más el alojamiento y la manutención, se llevan un mordisco serio de la misma), la regla una vez se llega a este lado del charco es clara: con dinero y sin dinero, toca explorar.
Me encanta destacar que Colombia es un mosaico de gentes. Mientras la zona central rebosa nobleza (con las “excepciones” existentes en todo el mundo, y más concretamente en las grandes ciudades), en las zonas costeras (especial mención a la caribeña <3), el ingenio se convierte en piratería, algo muy similar a la picardía que tanto nos caracteriza a los españoles.
El hogar
El municipio de Quinchía, sede de APECAFEQ (Asociación de Pequeños Caficultores de Quinchía), se convierte en la base de operaciones durante la experiencia. Este no es un pueblito apartado y olvidado; está rodeado de pobladas veredas cafeteras y de cerros imponentes que esconden leyendas de deidades mitológicas que los habitaron.
Respecto a las gentes que habitan este municipio se encuentra algo único y cercano: la amabilidad en cada interacción y la constante pasión en las frases y palabras de cada conversación alegran a uno el alma. Ese cariño por el buen vivir es un lujo que extraño en el mundo. El hecho de que caiga un aguacero torrencial y a nadie le importe empaparse es una oda a la despreocupación. Enfrentar los problemas con una sonrisa y buen humor es la cátedra diaria.
El paisaje que rodea Quinchía es una maravilla que te exige un suspiro constante. Los cerros se levantan tan imponentes que sientes una necesidad casi primitiva por coronarlos, solo para observar desde la cima la belleza del inmenso firmamento. Todo lo que rodea este municipio es mágico, hay que vivirlo para poder entenderlo. Con orgullo diré que haber podido parchar con mis compañeros en un lugar así es algo que siempre llevaré conmigo.
La tarea
En la Asociación, funcionamos en base al cumplimiento de objetivos. Hay mañanas duras en las que te toca bolear suela por gran parte del extenso municipio, que pasan a tardes de café y encierro hasta bien tarde en la oficina. Y luego están esos días de vacaciones forzadas, donde uno aprovecha para perderse y conocer hasta el último rincón del país.
Mi labor se divide en dos mundos. Uno, el de la burocracia administrativa, donde me toca batallar de la mano de mi ordenador frente a documentos y convocatorias para asegurar entregas, financiación y ayudas. El otro, camellar en el campo: abrocharse las botas y GPS en mano, abrirse camino (en muchas ocasiones a machetazos) entre los caminos y trochas que dan paso a los linderos de las fincas de nuestros asociados caficultores.
El aprendizaje
Al escribir estos párrafos se me hace necesario explicar personalmente lo que ha supuesto esta etapa para mí. Quizás muchas de las cosas que aprendí ya las sabía. Quizás este viaje solo validó certezas ya comprobadas. Pero este lugar, esta Colombia viva y berraca, me ha hecho entender con una claridad dolorosa y hermosa las cosas que, en la vida, quiero que se queden conmigo.
En conclusión
Cuando me vaya de este lugar soy consciente de que se me hará muy duro. Será muy duro extrañar no solo todo lo visto y disfrutado, sino extrañar cosas tan simples como la neblina que abraza los cerros al amanecer, las tazas del mejor café del mundo, y los caminos embarrados y empinados que me han obligado a respetar cada paso. Pero, sobre todo, sé que lo que más me dolerá al volver a casa es dejar atrás la sensación de sentirme como en casa. Y sé que en el futuro más que ahora, con certeza, seré todavía más consciente de que dejé un pedazo de mi historia anclada para siempre entre aquellas veredas, en un pequeño pueblo, rodeado de cerros mágicos, hogar de majestuosas nubes e indomable naturaleza.
No estés triste porque haya terminado, sé feliz porque ha ocurrido.
Gracias a todos quienes me han acompañado en esta aventura. Gracias de corazón.
¡COLOMBIA TE AMO!

Vistas desde una vereda cercana a Quinchía durante la lluvia.
De fondo, el imponente Cerro Batero.