Cuál es el motivo cuando uno sale de su país. Será tal vez por la inquietud de conocer otros lugares, otras gentes, otras formas de vida, o tal vez será por trabajar ayudando, por salir del camino que nos fue señalado por la sociedad en que vivimos. No sabría decir por cuál de estos motivos busqué salir del famoso círculo de confort, seguramente porque todos tuvieron parte.
Un día cualquiera de mañana, una amiga me habló de la plaza que salió en este programa de voluntariado, de Manejo Forestal Sostenible. Inmediatamente después de leer la ficha, y de buscar la localización de San Francisco de Pachijal y no encontrarla, comencé a rellenar la solicitud. Desde el momento de la aplicación hasta aterrizar en Ecuador parece que no hubieran pasado dos semanas. Es así como comenzó esta experiencia, casi de repente, con la mente vacía, sin imaginar cómo sería esto, pues de ninguna manera hubiera podido acertar.
La llegada fue muy húmeda. Contacté con Walter Cando, y el segundo día ya estábamos subiendo a la reserva. Todo el camino era puro lodo, no había comenzado el verano y el camino de mulas para llegar a la finca era impracticable. Después de casi tres meses uno acaba convirtiéndose en inseparable de las botas de caucho hasta para ir a la ducha. Como dije antes, no hubiera podido imaginarme la adversidad de las condiciones climatológicas, igual que tampoco hubiera podido imaginarme la belleza de los paisajes de la vida en la montaña, pero sobre todo no hubiese acertado con la hospitalidad con que me recibieron y con que hoy me siguen tratando.
Al comienzo no sabíamos qué íbamos a hacer, apenas teníamos la ficha del proyecto, así que lo primero de todo fue conocer a las familias que viven aquí. A partir de ahí íbamos tanteando el interés de cada propietario y me iban enseñando acerca de las especies forestales, de los métodos de aprovechamiento forestal… tardé unas semanas en conocer a Inty, el tutor del voluntariado, y también me sorprendió, me sorprendieron sus dos metros de altura y el reconocimiento que despierta en la gente, no es un técnico cualquiera, vive en el campo como la gente con la que trabaja, y eso hace mucho más fácil todo lo demás.
No fue difícil la llegada, ni la convivencia, ni tampoco la adaptación. Luego íbamos diseñando el proyecto junto a los propietarios, y eso era el día a día en San Francisco de Pachijal, buscando propietarios, buscando árboles, haciendo pruebas de germinación, y conversar largo y tendido acerca de cómo queríamos que fuese el proyecto. De forma paralela al trabajo en la comunidad, he asistido a reuniones y mesas de trabajo donde he podido conocer a la mayoría de actores que trabajan en la zona. Ha sido tremendamente instructiva esta parte, dado que de otra forma se hubiera hecho mucho más difícil entender el contexto social e institucional de la región de la Mancomunidad del Chocó Andino.
La inmersión cultural ha sido absoluta, tanto que no he encontrado un solo español desde que abandoné Quito. Creo que este tipo de experiencias ayudan a cambiar la percepción de lo que nos rodea, de que nuestra realidad no es única y no tiene por qué ser la mejor. Eso dependerá del cómo, del dónde, del cuándo y sobre todo del con quién. Personalmente nunca tuve una experiencia de integración cultural tan larga, casi diría que nunca tuve una experiencia de integración. Anécdotas hay tantas como personas conoce uno. Quizá la más curiosa de todas se dio al pasar unos días con diferentes familias de San Francisco de Pachijal. Cada uno tiene una devoción religiosa distinta, y eso ha condicionado de diversas formas la elaboración del proyecto. Eso ha sido lo que más me sorprendió, encontrar cuatro opciones religiosas en una comunidad con apenas 30 fincas. Una cuestión envidiable fue la que nos encontramos en Cotacachi (en los Andes), donde acudieron familias enteras a unas jornadas sobre minería. Ahí sí quedamos asombrados de la cohesión social que se existe entre comunidades de la región andina. También hay alguna situación desagradable, como la que nos encontramos mientras pescábamos en el río Pachijal al vernos rodeados de peces muertos por el veneno que usan algunos inconscientes para sacar la pesca.
La valoración personal hasta el momento ha sido muy buena, recomendaría a cualquiera con un mínimo de inquietud que aplique y se lance a hacer este voluntariado. Por supuesto la mejor de las valoraciones llegará si de alguna manera pudiese permanecer en esta región del Ecuador para seguir disfrutando de sus gentes, de su iniciativa, del paisaje, de la belleza del Chocó Andino.
¡UN ABRAZO FORTÍSIMO A TODOS!
Y LOS MEJORES DESEOS PARA EL RESTO DE COMPAÑEROS
Andrés Morán Barco