Recuerdo que durante los días de formación del voluntariado uno de los temas principales de los que hablamos fue el miedo y los nervios previos a la salida. La verdad es que en ese momento, yo no sentía miedo. Prácticamente me acaba de enterar de que había sido seleccionada para irme a Arequipa, Perú, durante tres meses a colaborar en el departamento de ecología de la Universidad Nacional de San Agustín y estaba muy emocionada. Además, no iba a ir sola; otras tres chicas que también estudiaban biología en la Complutense venían conmigo.
Conforme se fue acercando la fecha de partida, ese miedo y esos nervios de los que me habían hablado comenzaron a hacer acto de presencia. Todavía no me había ido y ya echaba de menos a mi familia y amigos. Pero en cuanto puse un pie en el aeropuerto (casi) todo el miedo se desvaneció y volví a sentirme puramente emocionada ante la nueva aventura.
Las ochocientas horas de vuelos y escalas las sobreviví gracias a Clara, una de mis compañeras, y juntas finalmente llegamos al aeropuerto de Arequipa. Nada más bajar del avión, lo primero que vi fueron los tres enormes volcanes de cumbres nevadas que rodean la ciudad, y jamás olvidaré esa imagen. Un profesor de la universidad nos vino a recoger al aeropuerto y nos llevó hasta nuestro nuevo piso, donde las otras dos chicas y otro compañero más nos estaban esperando. Nos instalamos rápido, y ese mismo primer día fuimos a la universidad a conocer al resto de la gente con quienes íbamos a trabajar durante los siguientes meses. Nos recibieron con los brazos abiertos, dispuestos a ayudarnos en todo lo que necesitáramos. El ambiente en el trabajo es genial, la relación entre todos se parece más a la de una familia que a la de simples compañeros y nos han incluido en esa dinámica. Perú es uno de los países con mayor biodiversidad, y como bióloga es muy emocionante tener la oportunidad de estar trabajando aquí.
Nuestro proyecto principal consiste en elaborar una base de datos con información sobre las diferentes especies vegetales que se encuentran registradas en el departamento de Arequipa. También ayudamos en las salidas de campo, y nos encargamos de sembrar y cuidar de las semillas de tara y vilca que van a ser replantadas por colegios.
Personalmente, mi parte favorita son las salidas al campo que hemos hecho. Es difícil describir con palabras lo impresionante que es la naturaleza, cada excursión me ha hecho sentir que estoy en un documental. No llevábamos ni una semana aquí cuando salimos por primera vez al desierto de instalar neblinómetros y tomar medidas de la cantidad de agua que se puede recoger a partir de la neblina, en principio con el objetivo de determinar cuál es la principal fuente de agua que utilizan las tilandsias, unas plantas muy interesantes de las que no sabía nada antes de venir aquí. Estuvimos unos días acampando en medio de la nada. Fue todo lo que esperaba y nada de eso a la vez. Subir las dunas es agotador, y durante las primeras horas del día, cuando aún no se ha levantado el viento, el calor es insoportable, como esperaba. Pero no podía imaginarme la extensa capa de neblina que se forma al atardecer y que avanza increíblemente rápido a través del desierto, ni lo preciosos que son los atardeceres, ni cómo me iba a sentir buscando constelaciones tumbada en la arena junto a un grupo de personas a quiénes acababa de conocer pero quiénes rápidamente se iban a convertir en grandes amigos mío. Y eso solo fue el comienzo.
El modo de trabajar es diferente, quizás más desorganizado de lo que de lo que estamos acostumbradas. Pero eso ya lo esperábamos, y al final uno termina adaptándose, igual que al resto del estilo de vida de la ciudad. Arequipa es la segunda ciudad más grande de Perú, y la vida aquí, en general, no es tan diferente a la vida allí en Madrid. Vamos al cine, de compras, a cenar por ahí o salimos a tomar algo… Y vale que las películas estén dobladas en español latino, o que solo haya dos calles realmente para salir de fiesta cerca del centro, pero la esencia es la misma. El tráfico es una locura, hay que tener mucho cuidado antes de cruzar, pero el transporte es muy barato y si bien la primera vez que me monté en una combi (autobús) acabe con las manos agarrotadas de lo fuerte que me estaba agarrando a la barra, también acabas acostumbrándote y hasta te parece divertido. La comida, igualmente, es muy barata a no ser que vayas a los restaurantes más turísticos, y si no te importa comer mucho arroz, está muy rica. Ni si quiera hemos sentido verdaderamente la diferencia de altura.
La vida aquí no es tan distinta, pero lo es lo suficiente como para saber que me voy a llevar muchas cosas aprendidas, muchas experiencias inolvidables, y, lo más importante de todo, a todas las nuevas personas que han entrado en mi vida.
Si estás leyendo esto porque estás interesado/a en participar en este proyecto o alguno parecido, solo puedo animarte a intentarlo y decirte que el miedo se supera, que los problemas se solucionan y que siempre hay alguien dispuesto a ayudarte. Merece la pena.