Uruguay. Lunes de mañana. Agarro un bondi camino a uno de los barrios más estigmatizados y vulnerados del país, Marconi. Allá, en la avenida Aparicio Saravia, rodeado por un montón de ranchos de lata, callejuelas de barro y vidas sobrevivientes más allá de toda condición, nos espera una escuela con sus peques. Niñas y niños con ganas de jugar y disfrutar de la infancia, algo que fuera muchas veces no pueden vivir. Comienza una semana más en Uruguay, una semana más cargada de nuevas oportunidades y retos para crecer y empaparme de lo acá ocurre, que no deja de ser a la vez tan distinto y tan parecido a lo que ocurre en España hoy…
Uruguay, el “paisito” de geografía “suavemente ondulada”, como no se cansan de repetir las personas que me cruzo en este viaje. Viaje que comenzó hace tres meses, aunque se sienta como mucho más. Llegué a Montevideo el 16 de junio de 2018. Según me bajé del avión ya me dieron mate para el camino y dulce de leche para merendar. Desde entonces, no dejo de incorporar costumbres y palabras nuevas: “capaz que…” (quizás…), “así que ta” (muletilla intraducible), “igual…” (de todas formas…), “¡salado!” (intraducible, pero es para enfatizar cualquier cosa), “tipo” (en plan), “¡pa!” (enfatizar: buah), “gurises” (chavales), “nieri” (colega), “sos piola” (eres guay), “¡está demás!” (mola), “pila” (muy, mucho), “ponele” (por ejemplo), “sabelo” (por supuesto) …
Los primeros días fueron intensos: un montón de personas nuevas, que me recibían con una sonrisa sincera y a las cuales entendía la mitad de las expresiones. El contraste entre estar en un país que hablaba en el mismo idioma y realmente no entender muchas de las cosas que decían fue, cuanto menos, divertido. Preguntando mucho y riéndome de esa visión colonialista que impone que el español de España es el correcto, aprendí a entender y hacerme entender, a integrarme.
Al poco tiempo ya estaba con la agenda llena de tareas y proyectos. Mi trabajo estos meses está consistiendo en trabajar como parte del equipo de Extensión Universitaria y Servicio a la Comunidad de la UCU (Universidad Católica del Uruguay). La Extensión Universitaria es un concepto que, tal y como lo estoy viviendo acá estos meses, es bien relevante actualmente. La idea básica es conectar universidad y comunidad de tal modo que no sean entes indiferentes, sino que encuentren sus puntos en común y los aprovechen para el desarrollo mutuo. Con “comunidad” entendemos todo aquello que ocurre fuera de la academia: desde una institución penitenciaria al propio barrio en el que está el edificio de la universidad. De esta manera, se revalorizan y se escuchan los saberes propios de la comunidad, en vez de imponerse los académicos sobre ellos, como suele ocurrir en los discursos oficiales. Al mismo tiempo, la universidad puede ofrecer sus propios conocimientos también a nivel de intervención en las necesidades que las comunidades encuentran en su día a día.
Este binomio universidad-comunidad, de hecho, no es tan dicotómico (y menos ahora, en tiempos de postmodernidad) y empieza a fluir y a desdibujarse el límite entre los saberes que pertenecen a un lugar y los que pertenecen a otro. Entre las personas que habitan un espacio o que habitan otro. Entre las acciones que se emprenden dentro o se emprenden fuera. El aprendizaje y el desarrollo (entendido de un modo no progresista ni económico sino humano) ocurren de esa confluencia y de pronto te sientes más parte de una escuela de la periferia de Montevideo que de la propia sede central de la Universidad.
Así pues, mi labor consiste en apoyar a un maravilloso equipo formado por Mercedes Clara, Agustín Labat y Nicolás Dorronsoro. Estas tres personas, tan diferentes también entre sí, me están enseñando muchas cosas que no están (ni estarán) en ningún libro ni manual de intervención socioeducativa. En el trabajo cotidiano me muestran que lo humano que existe en el acercamiento a la comunidad cala más allá de la propia intervención y entra en el crecimiento personal.
La manera de acercarse a este trabajo es tan diferente a la europea… Mientras allá nos dedicamos a crear objetivos cerrados, poner indicadores de evaluación cuantitativos y cuadrar todo en tablas de Excel con base en estudios empíricos previos, acá de pronto el cuerpo se hace presente, las emociones cobran un valor fundamental (las de verdad, no las de la “inteligencia emocional”) y el vínculo entre personas se vuelve foco casi único de la labor diaria. Como dijera Mercedes Clara, mi guía estos meses en la beca, “está esa intuición de que es por ahí, de que hay otro modo de abordar las cosas… Que hay otro alfabeto desde donde leer la realidad, desde donde involucrarse, que tiene que ver con el cuerpo, con el sentir, con esa otra inteligencia que sabe de otras cosas. Está en el nivel de la intuición y está en nuestras manos ponerlo en juego”.
Latinoamérica (o lo que he conocido yo acá) tiene un modo particular de hablar y construir estas cuestiones. Un modo mucho más humano y cercano a la realidad y a las personas y menos al libro teórico. Incluso sus modos teóricos de abordarlo, muy basados en la “liberación” que vino con el comienzo de la emancipación decolonial (teología de la liberación, pedagogía del oprimido, etc.), también cuentan con nombres que ojalá conociéramos y tuviéramos más presentes allá, como Marisa Montero o Boaventura de Souza Santos. La colonización, desgraciadamente, sigue operando en un único sentido y acá conocen mucho a Europa, desde la Escuela de Frankfurt a la literatura italiana: tienen un conocimiento de nuestra cultura mayor que incluso el nuestro. Sin embargo, ¿qué conocemos allá de lo que está ocurriendo acá, más allá de tres nombres básicos y alguna idea vaga? En España había empezado a estudiar la decolonización cultural, acá la estoy viviendo en cada nuevo aprendizaje y desaprendizaje.
¿Mi día a día? Los lunes voy con un grupo de estudiantes a una escuela de un barrio bastante empobrecido, fuera del horario de clase, a hacer actividades con niños entre 6 y 8 años. Por la tarde, con otro grupo, visito un hogar de adolescentes en semilibertad cerca de la propia universidad, donde generamos un espacio co-construido de compartir y divertirnos más allá de lo que está ocurriendo alrededor. Los martes hago talleres de educación afectivo-sexual en un liceo. Los jueves voy a la sala de psicomotricidad de un jardín de infancia. Los viernes voy a otro liceo, donde tenemos un espacio de desarrollo personal y pensamiento crítico con adolescentes.
Además de todos esos momentos semanales de contacto con muchas realidades diferentes, cada grupo de intervención tiene otro momento donde nos juntamos a planificar y, sobre todo, a reflexionar sobre lo que nos está ocurriendo y a aprender cómo hacerlo mejor cada vez. Un sistema de aprendizaje-servicio donde el estudiantado de la UCU puede crecer a muchos niveles y en el que yo me he desarrollado mucho en cuanto a trabajo en equipo, vínculo humano, acercamiento a otras realidades, intervención, reflexión sobre la acción, etc.
Realmente estoy agradecido a las universidades públicas de Madrid por ofrecer esta beca y a las personas que están en el día a día conmigo acá (especialmente al equipo de Extensión) por haberme brindado esta oportunidad de crecimiento tan intensa. La valoración es más que positiva, sobre todo uniendo todo lo expuesto a que la llegada a un país lejano, rompiendo con la vieja rutina que traía de España me hizo, de pronto, contar con muchos espacios nuevos personales de libertad y soledad que me han habilitado un contacto conmigo mismo y un autodescubrimiento y crecimiento personal que no podía haber ocurrido de otra forma. Solo me queda estar agradecido y animar a quien quiera a formar parte de esta experiencia (o cualquier otra similar) a hacerlo con ilusión y apertura. Hay momentos donde uno se siente extraño y extranjero. Es normal, lo estoy siendo. Pero más allá de eso, estoy teniendo una oportunidad que casi nadie puede tener, así que espero seguir aprovechándola al máximo y responsabilizarme de lo aprendido para llegar a España de vuelta y no olvidar que en el otro lado del charco no tenemos que aportar caritativamente tanto y sí tenemos mucho que aprender.