Un cálido abrazo costeño
Cuando aterrizas en un país que no conoces, inevitablemente llegas con algunos prejuicios o estereotipos que, sin saber, los traes de “casa” debido a que los has visto por la televisión o leído en algún medio de comunicación. Colombia es un país que todavía tiene los fantasmas de lo que fueron las FARC y el narcotráfico palpitando en las mentes de los viajeros que aterrizan en este país con el propósito de redescubrirlo.
Lo primero de lo que un colombiano o colombiana te avisará es de “no dar papaya” que en jerga caribeña pretende ser un aviso para que no alardees de tu móvil de última generación o esa cámara de fotos que te acabas de comprar. En definitiva, se trata de pasar desarpecibido y no ser un blanco fácil para que te roben.
En concreto, Barranquilla que es donde yo he aterrizado, es una ciudad costeña, capital del departamento del Atlántico. Supongo que el nombre de Shakira rebotará en las mentes de algunos al nombrar esta ciudad, y es que yo también he pecado en reducir esta ciudad al nombre de la popular cantante latina. Pero debo decir que Barranquilla no suena a Shakira. La ciudad suena a salsa, a boleros, a jazz, a champeta, a vallenato y también a electrónica, a rap, a pop español e incluso a rock, si sabes donde buscar.
¿Y a qué sabe? Sabe a salchipapa, una bandeja ultra calórica que si lo comparo con un plato español, vendría siendo los huevos con patatas fritas y jamón a la española tan solicitados después de haber pasado una “larga noche”. Sabe también a deditos, unos deliciosos bocaditos de “bocadillo” (parecido a la mermelada) y a queso. Sabe a sancochos, que aunque el nombre en sí no suene muy apetecible, se trata de unas sopas tradicionales que pueden llevar todo lo que uno quiera, desde varias carnes, tubérculos, verduras y todo tipo de condimentos. Y es que como la salchipapa, el sancocho, es una mezcla de alimentos y cuántos más, mejor y más sabroso. No hay que olvidarse de los patacones, que casi viene siendo el pan español, un alimento que aparentemente parece un plátano verde pero que se cocina de muy variadas formas y que acompaña a la mayoría de los platos. Y por último, resaltar el patillazo, una bebida de sandía con limón muy popular barranquillera.
Para describir a esta ciudad, me voy a apropiar de la historia de un taxista que el otro día, durante un trayecto, me decía que estoy en la ciudad de Colombia donde todo es posible. El taxista, que era de Medellín , para ejemplificar su afirmación me contó la historia de uno de los monumentos mas emblemáticos de la ciudad. Una pieza vertical realizada con más de 2000 cristales laminados de colores que fue construída por un empresario ventanero que tenía una pequeña tienda en el centro de la ciudad. Un día, un “gringo” llegó a su local y le propuso hacer las ventanas de un edificio en Miami, el ventanero aceptó y cuando hubo terminado se produjo uno de los peores huracanes en el país que hizo desaparecer gran parte de los edificios más lujosos reduciéndolos a escombros. Sin embargo, “el único edificio que tenía todas sus ventanas intactas era el que había ayudado a construír el ventanero de Barranquilla”, y a raíz de este suceso “el hombre se convirtió en una leyenda” y como homenaje a sus orígenes quiso hacer un monumento que representara a Barranquilla como lo que él consideraba: La ventana del mundo, que así se llama la pieza creada, “donde todo es posible”.
Debo decir, que a pesar de que cada persona de Barranquilla tiene su propia historia sobre este monumento, la del taxista de Medellín se ha convertido en una de mis preferidas para describir la esencia de esta ciudad.
El primer día que acudí a la universidad donde estoy realizando mi estancia de voluntariado, me recibieron con una cálida bienvenida donde me iniciaron en la jerga costeña, los bailes tradicionales, la cervecita más popular (la costeñita) y esos “deditos” de los que antes hablaba y que no han faltado como parte de mi desayuno desde que he llegado. El proyecto donde he tenido la oportunidad de haber participado se llama Prensa Escuela, y es una iniciativa que lleva funcionando en la Universidad Autónoma del Caribe desde el año 2000 con el fin de educar sobre las tecnologías de la comunicación a esos “pelados” de edades comprendidas entre los 9 y 17 años para convertirlos en agentes activos de sus vecindarios. Como voluntaria, he aportado mis conocimientos sobre periodismo multimedia y cine en calidad de docente, he grabado (con ayuda de mi compañero) y editado un vídeo que refleja este proyecto y lo que aporta tanto a monitores como a alumnos y actualmente, soy parte de una investigación sobre Prensa Escuela enfocada desde la perspectiva de los monitores como futuros líderes para la sociedad.
De esta experiencia, me llevo mi participación en este programa y las muchas experiencias que me aportó pero, sobre todo me llevo ese cálido abrazo de bienvenida con el que la ciudad y los barranquilleros me han obsequiado.