EXPERIENCIA VOLUNTARIADO INTERNACIONAL EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE GUINEA ECUATORIAL (UNGE)
El día que me llamaron del departamento de Voluntariado y Cooperación al Desarrollo de la UCM confirmando mi participación en el programa de Voluntariado Internacional y que mi destino sería Guinea Ecuatorial, inmediatamente mi cabeza se llenó de sentimientos confusos y encontrados. La ilusión, alegría y felicidad me invadían por completo, pero también por momentos sentía miedo, incertidumbre y preocupación; pero sin duda, lo que podía con todo eran las ganas que tenía de embarcarme en una aventura de estas características.
Mi estancia sería de 3 meses de duración, de septiembre a diciembre, en un puesto de formación y fortalecimiento en salud pública y sanidad ambiental en la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial (UNGE), en Malabo. Yo soy estudiante de Farmacia de último curso y no sabía exactamente si encajaría bien en el perfil, pues mi labor de voluntaria se desarrollaría dentro del laboratorio de ciencias biológicas y ambientales de la UNGE, lugar en el que de primeras me sentiría cómoda, pero también colaboraría en actividades formativas en sanidad ambiental y medioambiente, para lo cual no estaba tan segura de estar a la altura.
Aterricé en Malabo un 22 de Septiembre sin apenas expectativas creadas, tanto para bien como para mal, de cómo sería la ciudad, la gente y la vida en Guinea Ecuatorial; simplemente quería llegar y descubrir lo que me tocaba vivir y experimentar los siguientes tres meses.
No era la primera vez que viajaba a una ciudad africana, por ello si había ciertas cosas que esperaba encontrar, pero muchas otras me sorprendieron. Malabo es una ciudad pequeña, se recorre fácilmente a pie, pero por la humedad y el calor que hace, todo el mundo acaba moviéndose en taxi (pues es realmente barato). Sabía que estaba en el África tropical, pero me fascinaba levantarme cada mañana y ver inmensas palmeras por la ventana de la habitación de la residencia universitaria en la que me alojaba. Iba cada mañana andando desde la residencia a la universidad, y notaba como la gente y los niños fijaban sus miradas en mí, pues no es muy común ver a extranjeros andando por la calle. Eso me creaba cierta incomodidad, pero al final me acabé acostumbrando.
La primera semana llegué a la facultad y conocí el laboratorio y a los profesores del departamento de medioambiente con los que colaboraría. Tenía muchas ganas e ilusión por comenzar a trabajar y a hacer cosas, pero las dos semanas siguientes hubo escasa actividad en la facultad pues aún no habían empezado las clases y era época de selectividad y gestiones administrativas; por lo que estuve un tiempo sin hacer apenas ninguna labor. Finalmente, a mediados de octubre tuvimos que organizar e instalar un material de laboratorio que había enviado la facultad de biología de la UCM dentro del marco del proyecto de fortalecimiento y formación en buenas prácticas de salud pública y sanidad ambiental, financiado gracias a la XVI Convocatoria de ayuda a proyectos de Cooperación al Desarrollo Sostenible de la UCM y a la colaboración del gobierno de Australia y la propia Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial.
Mi labor comenzó por participar y ayudar en la realización de unos seminarios de formación en parasitología y análisis de suelos y aguas que unos profesores complutenses de la facultad de biología de la UCM impartieron durante un par de semanas a los profesores y alumnos de último curso de la facultad de medioambiente de la UNGE. Además, dentro del proyecto se incluía la realización de talleres de prevención de enfermedades parasitarias a estudiantes en escuelas y a comunidades de mujeres de la ciudad, los cuales tuve que preparar e impartir junto a la profesora de educación ambiental de la universidad. Fue una experiencia muy bonita y gratificante, pues me sentí muy a gusto trabajando en aquel ámbito y me sirvió para luego seguir colaborando en la materia y las clases de educación ambiental y desarrollando actividades con los propios estudiantes universitarios fuera del aula. Por lo que respecta al laboratorio, la idea era empezar a darle uso y que los profesores vieran el potencial y las posibilidades que tenía el mismo para complementar la formación teórica de sus alumnos, asique empezamos a crear guías de laboratorio y desarrollar posibles prácticas para cada asignatura. Y poco a poco, al final comenzaron a tener lugar las primeras sesiones de laboratorio con estudiantes y se empezó a dar uso a los materiales y equipos que se habían traído desde Madrid.
Al margen de mi labor como voluntaria en la facultad, donde tanto profesores como estudiantes me trataron estupendamente, pude hacer vida fuera de la universidad y conocer gente que me ayudó a desenvolverme mejor e integrarme, pues los primeros dos meses estuve sola en la residencia, sin ningún otro estudiante, y eso me dificultó bastante el conocer gente local e integrarme. Fue un poco complicado al principio, pues llegué sola y no fue tan fácil encontrar mi sitio y mi hueco fuera de lo que es la universidad, aunque si es verdad que el hecho de que el idioma fuera el mismo, español, me facilitó mucho las cosas. Sin embargo, poco a poco me fui adaptando al estilo de vida en aquella ciudad y a las diferencias culturales.
Quise explorar otros lugares y descubrir la impresionante naturaleza de la Isla de Bioko. Me fascinó la vegetación tan virgen y frondosa de las reservas naturales y las playas tropicales, muy diferentes a las que se pueden encontrar en Europa. Cada fin de semana que tenía la oportunidad, me escapaba para disfrutar de aquellas maravillas y grabar en mi mente las vistas y paisajes que se abrían entre los caminos y carreteras de la isla.
Ahora que la experiencia de voluntariado llega a su fin, viéndolo con perspectiva, a pesar de los altibajos y las dificultades que haya podido encontrar, han sido unos meses en mi etapa universitaria que recordaré toda la vida y que han hecho mella en mí, tanto a nivel personal como a nivel formativo para encaminar mi desarrollo profesional.
Al despedirme de la gente que dejo aquí, todos me preguntan si algún día volveré, y la verdad es que no hay nada que me hiciera más ilusión que volver y seguir colaborando en proyectos del laboratorio para aprovechar todo el potencial y las ganas de aprender que tienen los estudiantes y docentes de la UNGE; y claro está, para revivir cada una de las emociones y sentimientos que he experimentado durante estos meses en esta pequeña Isla del Golfo de Guinea.