Alejandro Villagrasa Alvarado, voluntario UPM, en Tecoluca, San Vicente, El Salvador
Proyecto «Cosecha de agua en el Cerro La Cucaracha. Parque Tehuacán”
Y allí estaba, en algún punto de Centroamérica, a las 21.25 h observando a los familiares recoger a los otros pasajeros del avión. ¿Dónde estará el cartel que me habían prometido? No había ningún papel con las palabras ALEJANDRO VILLAGRASA ALVARADO – UPM. Emociones contradictorias, lo he logrado, aquí estoy pero, ¿qué hago yo aquí, dónde me he metido? Al cabo de una media hora apareció la seguridad de la Alcaldía de Tecoluca, justo el tiempo que se había adelantado el vuelo.
Subir en un 4×4 con Santos, Evelyn y Pedro, gente encantadora, pero armada, no me tranquilizó. Tampoco pasar por la cárcel de máxima seguridad que allí llaman “Zacatraz”, donde sabía que residían los líderes de las maras. Por supuesto que llegar al Parque Natural, donde era el único residente, rodeado de selva, sin una luz encendida y entrar a mi cabaña, con el previo aviso de que tenía que tener cuidado con el nido de abejas “comecarnes” que tenía en el porche, tampoco me quitó mi inquietud. Revisar la cabaña con la linterna del móvil, por miedo a encender la luz y que algún otro animal entrase, tampoco ayudó. Encontrar toda clase de insectos con los que compartía habitación definitivamente no me calmó. Quien sí que me tranquilizó fue Omar, el guardia de seguridad que se encontraba en el parque; una vez deshecha la maleta decidí salir a secar los sudores y nos pusimos a charlar.
Y, desde ese momento, me di cuenta que no iba a estar nunca más solo. De hecho, al día siguiente empecé anotar nombres en una libreta porque era incapaz de memorizar toda la gente que me saludaba, me regalaba una sonrisa y me ofrecía su ayuda para lo que necesitara. Por supuesto, hay que estar predispuesto a hablar pero, sobre todo, a escuchar para conocer los mitos y leyendas de El Salvador que me contaba Lorenzo, o las escalofriantes historias de la guerra civil que casi todos habían vivido. Y es que la gente del Salvador es diferente, nunca olvidaré las risas que escuchaba cada día mientras trabajaba en el Ayuntamiento (¡Sí, allí los funcionarios ríen!). La gente era de 10, pero la comida… Espectacular. Además, la encuentras por todas partes, te la ofrecen en las calles, en el autobús e incluso en los despachos de la Alcaldía, a ver quién se resiste a una enchilada o a un atol que llama a la puerta de la mano de la encantadora Yahaira y su madre.
Todos me ofrecían su mano y, por supuesto, yo extendí la mía también. Aunque mi proyecto era “Cosecha de Agua”, además de proponer y ejecutar un Atrapanieblas, diseñé una reforma para el ayuntamiento, un Centro Cultural para el pueblo, construimos la cubierta de una iglesia y ayudaba a pescar a Ramón en nuestro tiempo libre. Todo se hace corto, hay tantas cosas que se pueden hacer… Sólo me faltó tiempo para poner en marcha el Cine de Verano en el pueblo para los más peques. Tengo que reconocer que el mérito de que me sintiese libre de proponer y ejecutar es del coordinador de cooperación de la Alcaldía y, aunque allí todos apostaban por las mejoras, Herbert Sanabria era la persona que encauzaba el río para poder alcanzar los objetivos sin perdernos en el camino.
Más que una experiencia, es un reto, es algo personal a lo que uno decide exponerse. Llegar a un lugar del que no conoces nada, y lo poco que has podido leer no es agradable, lo más bonito es que te expone personal y profesionalmente, no eres un chaval en El Salvador, eres un Arquitecto en El Salvador, y los problemas no se reducen a seguir los protocolos de seguridad, sino a resolver los problemas que se presentan, desde cómo hacer una mesa con una puerta y una piedra para tu casa sin mobiliario a improvisar una cubierta para una iglesia que ejecutaremos en 1 día, sin tiza ni papel. Estoy seguro de que podría haber hecho mucho más de lo que me ha permitido mi estancia, pero vuelvo con una sonrisa por haber dado todo y por sentir que todos lo han dado por mí.