VOLUNTARIA UAM en el proyecto COORDINACIÓN NACIONAL TERRITORIAL, TECHO, ECUADOR
“Disculpen la pobreza”
No fue “bienvenidas”, ni “adelante, pasen”, ni siquiera fue “disculpen el desorden”. Fue “disculpen la pobreza” lo primero que nos dijo una vecina al mostrarnos su casa. Como si fuera una elección, como si esa mañana se hubiera levantado y hubiera decidido ser pobre y por ello tuviéramos que disculparla.
La frase me retumba en la cabeza cada vez que la pienso. Para esto no hay cómo prepararse; por mucha formación, datos y predicciones de lo que se supone que te espera en tu lugar de destino, solo te das cuenta de la crudeza de determinadas realidades cuando las miras a la cara.
Si algo he aprendido en mis casi dos meses aquí es que los trabajos dedicados al trato directo con personas dejan de ser meras profesiones y se convierten en formas de vida. Y si no, que se lo pregunten a mis compañeras, que se echan los retos a la espalda y trabajan veinticinco horas al día para buscar la manera de sacar adelante los proyectos con los mínimos recursos. Se dice que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, y en este caso, una gran responsabilidad conlleva tanto grandes frustraciones, como más grandes, si cabe, satisfacciones.
Esta experiencia me está aportando mucho en lo personal, me está recordando la importancia de ser conscientes del propio privilegio y sobre todo, me está acercando a personas increíbles que tienen muy presentes la equidad, la sostenibilidad y el intercambio; aunque suene tópico, personas que trabajan por hacer del mundo un lugar mejor. Y estos mismos valores son los que sostienen a TECHO, una organización que hace mucho más que construir casas.
En nombre de la lucha contra la desigualdad y la pobreza, TECHO junta a personas aparentemente muy distintas para trabajar por unas metas comunes, estableciendo vínculos humanos que favorecen al desarrollo de todas las partes involucradas. Como dicen aquí, “un techero será techero toda la vida”.
Jamás habría imaginado la dedicación que hay detrás de iniciativas como esta. Solo en mi primera semana en Ecuador conocí el funcionamiento de la organización, visité un asentamiento, me reuní con un concejal, diseñé unas jornadas de formación y probé el bolón con queso. Imagínate en un mes.
Todas las vivencias en este tiempo me han servido para confirmar que el trabajo por el cumplimiento de los derechos básicos es una cuestión de justicia. No se trata ni de compasión ni de caridad, sino de respeto y responsabilidad con nuestro entorno y con nosotras mismas.
Si tuviera que resumir el sentimiento principal de estos meses, sería el agradecimiento. Ni el agotamiento por el trabajo intenso, ni las reuniones en la otra punta de la ciudad a horas intempestivas de la mañana, ni la inexistencia de fines de semana pueden nublar la sensación de deuda que se ha creado con este país y las personas que me rodean, me cuentan cosas y me hacen formar parte de su mundo. No me he ido y ya estoy pensando en volver.
Laguna Cuicocha, a los pies del volcán Cotacachi (mires donde mires, ves montañas)
Beneficiaria de una de las casas viendo las dedicatorias que escribimos en las vigas sobre las que se coloca el piso
Yo participando en la construcción de 5 viviendas en la comunidad de San Carlos de Alangasí
Yo participando en la construcción de 5 viviendas en la comunidad de San Carlos de Alangasí
Beneficiaria de otra de las viviendas abriendo la puerta de su casa por primera vez.
Niña vestida con las ropas típicas de las comunidades indígenas de Otavalo