No sabría por dónde empezar algunas de las historias que estoy viviendo en Honduras y que no quisiera acabar: ésta es una de ellas. Hablo de un proyecto de voluntariado, hablo de Centroamérica, de Honduras.
Hola a todos, mi nombre es Ángel González. Nunca hice este tipo de artículos o documentos parecidos sobre aspectos personales, más allá de redactar unas descripciones elementales sobre mis vacaciones, o mis exámenes de inglés. Por eso intentaré ser lo más fiel posible a mis experiencias a la hora de describir mis sensaciones en un artículo.
Esto va dedicado a todos aquellas personas que ante oportunidades irrepetibles como ésta, estén aún en la duda existencial de embarcarse o no en proyectos de gran calibre como el mío, porque implica abandonar el nido familiar y mucho más que eso, nuestra zona de confort en la que nos sentimos protagonistas, seguros y confiados.
Hace no tanto, era yo el que estaba al otro lado del papel intentando conocer y comprender las experiencias de otras compañeras y compañeros y tratando de decidir si tendría el valor suficiente como para salir de mi país y venir a Honduras. Pues bien, déjame avisarte que al menos en mí, he podido experimentar esa sensación que nos hace decir “Hasta que no lo veo no lo creo” en todo su esplendor (fíjate que mientras estarás pensando en mosquitos, enfermedades, pistolas o terremotos…yo pienso en la calidad y calidez de esta gente, en conocer la palabra humildad en su máxima expresión, en los aspectos sociales y humanos cuyo impacto es impagable).
Después de enrollarme tanto con todo esto, vayamos a lo profesional pues en cierta medida es la experiencia que nos llevamos para poder transcribir en un Currículum Vitae y nos servirá para tener una visión más objetiva del trabajo en diferentes condiciones y entornos sociales y económicos.
Cadenas de Valor
Mi Programa me ha traído hasta Tegucigalpa, la capital de Honduras. En especial, hablamos de la Asociación Nacional de Industriales de Honduras (ANDI). Mi labor como voluntario viene enmarcada en el entorno de Programas de Cadenas de Valor (estudié Economics & Finance en la Universidad Autónoma de Madrid). Para el que no lo conozca, se trata de un sistema de diagnóstico y fortalecimiento organizativo basado en el modelo estratégico organizacional de las 5 fuerzas de Michael Porter.
A la hora de realizar mi labor, estoy codo con codo con Luis, un voluntario de la Cooperación Internacional para el Desarrollo, de Canadá. Él es el jefe de proyecto desde hace más de 5 años en colaboración con ANDI. Tratamos con diversas microempresas y asociaciones familiares productoras de materia prima, véase cacao, café y plátano. Nuestra tarea es realizar un diagnóstico de las capacidades organizativas y fases productivas de los agricultores para poder acordar con ellos un plan de fortalecimiento a corto, medio y/o largo plazo dependiendo de sus necesidades.
Realizo además otras labores dentro de la ANDI asistiendo a eventos y reuniones con un compañero alemán para poder darle seguimiento de diferente índole. Con él estoy llevando a cabo unas sesiones de trabajo con grupos empresariales específicos intentando fortalecer las capacidades cooperativas y de interacción entre las empresas del mismo sector dentro de la ciudad de Tegucigalpa. Podría hablar de todas las demás tareas asignadas pero se me quedaría un poco corto el artículo debido a la suerte que creo tener por ese dinamismo de actividades en las que me involucro, recalcando la Mesa de Cambio Climático, con diferentes actores como el Gobierno, las universidades más importantes del país y el sector empresarial.
En cuanto a mi llegada al país fue lo más cálida posible por parte del staff de trabajo puesto que vinieron la gran mayoría en sábado a darme la bienvenida al aeropuerto y a mi nueva casa (encargándose ellos mismos de encontrar un alquiler cercano a la oficina en una zona con todas las necesidades cubiertas). Desde el minuto cero estuvieron atentos a mí en todos los aspectos: elementos de la casa, ir a comprar todo lo necesario y aconsejarme en temas de todo tipo, de cara a tener la mejor experiencia posible.
Honduras
Conocer de primera mano la realidad hondureña ha sido para mí determinante para poder adaptarme lo mejor posible a esta aventura pues todos los conceptos preconcebidos de una cultura o sociedad no son más que tiritas que tapan críticas más analíticas y congruentes, pues hasta el momento de llegar todo era una nebulosa de ideas y prejuicios, que desde que pisé suelo hondureño, hice una bola y tiré a la basura.
Como anécdota de mis primeros días siempre recordaré las diferencias de vocabulario que tenemos en ciertas expresiones que alguna vez me llevaron a confusión y por suerte siempre terminando con unas risas. Pero más allá de banalidades lingüísticas, como dije al principio de pasada, la humildad existe, tiene varias acepciones pero pocas tan acordes a las que yo he visto reflejadas en este país y en su gente. Pruebas de ello tengo a montones, pero sería ardua la tarea de describir las cosas que he visto en diferentes comunidades. Entre todas las anécdotas contaré la primera, pues fue de las que más me impactó. En la oficina, aparte de la plantilla también trabaja a diario entre y con nosotros, el personal de limpieza y eventos. Tanto es así que a la hora de comer siempre estamos todos juntos sin distinciones y hasta el presidente de la Asociación es amigo íntimo de ciertos compañeros de asistencia y limpieza.
Una de las mujeres que desempeña estos servicios, Carlita, ha sido una mujer que se ha portado como una madre para mí sin conocerme de nada y sólo por el hecho de que ella empatizó con mi situación de vivir sólo en otro país y tener lejos a mi familia (algo que a ella le costaba un mundo poder concebir para sí misma por su gran sentimiento familiar y casero). Ya desde el segundo día de llegar ella ha estado cocinando infinidad de veces para poder darme de comer cualquier pedazo que ella trajera y haciéndolo con la mayor de las ilusiones. Es una persona que, para que se hagan una idea, vive en una de las zonas de la ciudad más chunga (deprimida, peligrosa, marginada, etc.) en todos los aspectos. Vive en una casa con tres paredes de adobe y aun así está contenta porque uno de los muros ya tiene ladrillo. Poco a poco irá ahorrando para poder terminar su casa.
No sé explicarlo ni por qué tengo la poca vergüenza de hablar de ella y de sus condiciones de vida: es sólo un burdo intento de acercar al papel lo que pienso de su actitud ante la vida y demostrar la gratitud eterna que tendré hacia ella.
Un hecho que me impactó sobre manera fue cuando, en una de las muchas veces en que ella me ofrecía comida (la primera de todas), yo le respondí que sólo me diese si le “sobraba” de su plato (siempre con la intención de no molestarle) y ella me miró de muy mala manera y se hizo hasta notar la tensión despertada entre los asistentes. De manera contundente me respondió con un “Aquí no sobra nunca nada, oiga. Yo quiero compartir mi comida con usted por aprecio y es por eso que me quito mis pedazos de la boca por saber que usted está bien alimentado”. En cualquier otra persona de la oficina no me hubiera parado a pensar, pero viniendo de ella, entendí rápidamente lo que quería decir.
Aprende uno que la humildad y el altruismo no se miden por lo que uno da en términos cuantitativos, sino en lo que es capaz de renunciar por los demás (términos cualitativos). Sencillo, ¿no?
Para terminar con este artículo, haré una pequeña reflexión general de la experiencia vivida. Ardua tarea cuando se mezclan tantas emociones y sentimientos encontrados, siempre me dijeron que el recuerdo de las experiencias se puede medir en los 3 primeros segundos de evocación. Pues si así es, sólo me queda finalizar mi documento con un
¡Qué bueno que viniste! La adversidad es el mejor de los profesores. “Ningún mar en calma hizo expertos marineros”
Saludos catrachos de Tegus al mundo.
Ángel González Sánchez