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Experiencia de Ángel González Sánchez
17 de octubre de 2016
Experiencia de Ibai Alcelay Iglesias
22 de octubre de 2016
Publicado por VoluntariadoUPCM en 22 de octubre de 2016
Categorías
  • Fernanda Hernández Vidales
Etiquetas
  • 2016
  • MÉXICO
  • UAM

México:


Diría que toda esta experiencia empezó con una enorme sensación de fascinación, fascinación hacia las oportunidades que pueden aparecer en la vida. En mi caso, viajar a México, entrar a colaborar con una fundación dedicada a personas con autismo y otras necesidades específicas, y además hacerlo a través del arte, el lenguaje que me ha permitido siempre encontrarme prendida del mundo. Sin duda la fascinación se hacía eco de una inmensa gratitud y hasta día de hoy ambas emociones me siguen acompañando.

La llegada a Colima, México, tuvo mil matices, de colores, de olores, de sonidos. Colima a primer encuentro fue húmeda, tropical, verde y amarilla, con olor a lima y guayaba, de aire denso y laxitudes casi oníricas. Colima se me antojaba familiar, quizás por las frutas o algo del clima, y al mismo tiempo era aventura y descubrimiento continuo. A este boceto inicial pronto lo avivaron las primeras pinceladas de contraste, los mexicanos, un conjunto de lima, cilantro, cebolla y chile que han hecho de esta experiencia el taco perfecto. No sabría exactamente cómo poner palabras para ellos, salvo que me han enseñado la inmensidad de la palabra “recibimiento”, no como la acción del que recibe, sino como aquel que te saluda como si te conociera de otra vida. Aquí, “mi casa es tu casa” no es un dicho, cuando quieres darte cuenta estás palmoteando tortillas en la cocina y ya para ese entonces sientes que podrías reconocerte a ti mismo de otra vida.

Me resulta bonito pensar cómo este contacto con “el otro” se ha dado igualmente pero no de la misma manera en Fundación TATO, el espacio en donde colaboro.

Mi fundación huele a mezcla de desayunos en lonchera, es de colores llamativos, el aire es mucho más leve y los sonidos son un mar de genuinos y estridentes matices. TATO desafía el orden posible de un primer contacto y para conocer hay que ser un receptor sensible a todos los rasgos, estar abierto a todas las sensaciones y emociones posibles, más allá de la lógica, más allá de ningún juicio, incluso más allá de la construcción de las palabras. Cada chico y chica es una obra absoluta, de texturas contrastadas y cromatismos sutiles, autorías difusas pero indiscutibles. Es por ello que ha sido una suerte inmensa encontrarme con un equipo de maestras con quienes apreciar todo ello, y reír, reír mucho de cada descubrimiento, del absurdo de la lógica agitada por las genialidades de nuestros chicos y chicas. No obstante, no es fácil, y realmente cada día se plantea un reto en donde debemos intentar que cada jornada tenga su traducción constructiva para poder continuar con nuestro mejor yo en la siguiente, siempre con objetivos comunes. Es bueno recordarse que no se requiere de grandes esfuerzos para colaborar, como de prestar el acto adecuado, lo cual requiere de algo de paciencia, escucha y empatía.

TATO me ha hecho aprender mucho a nivel profesional, especialmente al afrontar la gestión de un proyecto, pero especialmente me ha hecho aprender de mí, de cómo me reconozco como profesional y como persona y de cómo quiero que ambos conceptos vayan de la mano.

A día de hoy describiría México como una inmensa tierra de una densidad histórica y cultural apabullante, llena de contrastes que no sólo abarcan sus paisajes o sus colores, encontrando en un mismo contexto lo que entendería como realidades muy alejadas entre sí. De este modo parecen convivir lo tradicional y lo globalizado, el estereotipo y lo genuino, lo ostentoso y la necesidad absoluta, el bullicio y el silencio soporífero, la vida y la muerte. A veces estas convivencias me resultan mágicas, otras más difíciles de asimilar, pero sin duda son siempre un descubrimiento, un reto a lo ya conocido, aprendizaje. Así recuerdo cómo nos encontramos prácticamente con las pirámides de Teotihuacán haciendo tiempo por Ciudad de México a nuestra llegada, o descubrimos la coca-cola como bebida purificadora de rituales tzotziles en San Juan Chamula, o recuerdo conversaciones sobre la mujer zapatista con el dueño de un hostal en San Cristóbal, ser amparados por una banda de músicos y artistas tabasqueños en Palenque, ver el volcán de la ciudad en erupción mientras estamos de barbacoa, cambiar nutella por sonrisas en Palma Sola…

Sé que difícilmente tendré alguna vez un buen resumen de lo que ha sido o está siendo esta experiencia en México, sin duda un sinfín de matices que desafían algunas de mis realidades y me hacen no sólo volver sobre mí, sino sobre cómo quiero formar parte de ello. Aún nos queda experiencia por delante y estoy segura de que es mucho por vivir y aprender en este México lindo y querido.

Fernanda Hernández Vidales




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