Cuando decidí embarcarme en este proyecto toda la gente que me rodeaba se llevó las manos a la cabeza diciéndome que había perdido la mía. Que era una locura hacer un paréntesis en mi tesis, que perdería a mi pareja, que haría sufrir a mi familia, que era peligroso, etc. ¿Locura? lo que me parecía a mi una locura era seguir con mi rutina universitaria viendo como los objetivos de la misma se escoraban cada vez más hacia la búsqueda de beneficios empresariales en lugar de hacia la búsqueda de conocimiento para mejorar la vida de nuestra sociedad. Así que me vine para Cajabamba para ver cómo se podía utilizar la tecnología en beneficio de los pequeños agricultores de la sierra andina.
Recuerdo cuando llegué a Lima asustada pensando en cómo evitar que me atracaran nada más salir del aeropuerto. Era mi primera vez en América Latina y mi visión distorsionada forjada a base de años escuchando advertencias sobre este continente reforzaba el sentimiento de inseguridad de toda persona que llega a un país desconocido. Al llegar al “pituco” barrio de Miraflores me di cuenta de que aquí la seguridad se compraba al igual que en el resto de países y que este barrio de gente bien no distaba mucho de cualquier otro barrio comercial de otro país. Lo que más me sorprendió de Miraflores fue la gran cantidad de empleados municipales que poblaban sus calles y su estupendo carril bici separado del tráfico, que ya lo quisiéramos en Madrid. Pasé tres semanas en Lima conociendo los proyectos en los que estaba trabajando Ongawa en las diferentes zonas del país y por fin pude abandonar esa gris y ajetreada ciudad para dirigirme a Cajabamba. El contraste fue agradablemente brutal, el cielo gris se torno azul, los edificios en montañas, la prisa en tranquilidad, la inseguridad en confianza, las “combis” en paseos, el reggeaton en “huaino” y los supermercados en “bodeguitas”.
El equipo local de Cajabamba me integró desde el primer momento en el proyecto que estaban desarrollando cuyos beneficiarios eran las/os agricultoras/es de quinua. Mi labor principal fue la de desarrollar una guía sobre TIC y gobernabilidad documentando las diferentes herramientas que estaba desarrollando Ongawa para tal fin en Cajabamba y en el distrito de Anco. También la creación de un directorio de empresas comercializadoras y proveedoras de servicios para facilitar a las/os productoras/es el cultivo y venta de sus cosechas. Pero sin duda lo que más me gustó fue participar en los talleres de informática que se impartían al campesinado de la zona. Me resultó realmente gratificante acompañarles en el descubrimiento del mar de información que llamamos internet. Cuando llegué, pensé que sería complicado que lograran buscar el precio de la quinua en internet. La mayoría nunca había visto un ordenador antes de los talleres, no sabían encenderlo ni comprendían el manejo del ratón. Me sorprendió mucho lo rápido que aprendieron y me encantó el interés que mostraban y ver su cara de sorpresa y satisfacción cuando descubrieron los portales de transparencia de sus ayuntamientos. Sin duda ha sido mi mejor experiencia, la de poder enseñar algo útil a alguien y poder conocer a esta gente encantadora. Pero todavía hace falta mucho trabajo para fortalecer al campesinado de la zona.
Una vez más, me alegro mucho de haber salido de la burbuja y de haber podido conocer la realidad de la sierra peruana. Ha sido una experiencia estupenda que recomiendo a todo el mundo para ampliar la perspectiva del mundo en el que vivimos. Y es que 6 meses pasan volando, no son nada en la vida de una persona y sin embargo pueden aportar mucha más sabiduría que un año entero en la universidad. ¡Carpe diem compañeras/os! hay que aprovechar las oportunidades cuando se presentan, si no se nos pasa la vida en la zona de confort esperando a que el momento adecuado para hacer algo útil con nuestra vida llegue.
Estefanía Caballero Ruiz