Mi experiencia en Mozambique.
Llevaba ya mucho tiempo queriendo conocer un país de habla portuguesa y más tiempo aún sintiendo pasión por la enseñanza, así que cuando vi anunciado un voluntariado en Maputo, capital de Mozambique centrado en gestión de desastres y apoyo escolar en matemáticas no dudé en contactar y pedir más información. El programa estaba orientado a alumnos del máster de gestión de desastres, pero por cuestiones de calendario esa parte fue descartada, y finalmente fui admitido para el puesto.
La experiencia superó mis expectativas. Los imprevistos son inevitables y uno nunca puede prepararse mentalmente para una situación que no conoce, pero cuando llegas allí, una vez pasa el jet lag y te adaptas al clima, te das cuenta que eres bien recibido, tienes gente que te supervisa y no estás solo frente a cualquier problema. Le debo tantos favores a tanta gente que podría escribir un libro con sus nombres, pero tengo que dar un agradecimiento especial a Begoña, la docente que organiza el programa y que me puso en buenas manos desde el minuto cero.
En mi primera semana estuve ayudando en la realización de un máster de estadística fruto de la cooperación entre la UCM y una universidad mozambicana, la Universidade Pedagógica de Maputo (UP). Los alumnos habían recibido clases de profesorado español los últimos meses y algunos de ellos tenían que recuperar asignaturas. Hicimos algunos exámenes aquella semana y le di mi contacto a los alumnos para ayudarles a preparar los próximos exámenes.
Durante estos meses he estado ayudando a los alumnos a preparar sus asignaturas para poder recuperarlas en marzo, algunos lo han tomado muy en serio y otros no tanto. Por supuesto, alguno lo ha preparado por su cuenta con gran éxito. Adicionalmente, he apoyado a alumnas para el examen de admisión a la universidad, equivalente a nuestra selectividad.
Durante unas semanas me hospedé en la residencia de estudiantes de la UP, que deja mucho que desear, pero tiene lo más básico cubierto. La residencia cerró durante navidad, por ese tiempo estuve en una casa de voluntarios de unas monjas, localizada en un barrio fuera de la ciudad, llamado Mumemo. Las monjas llevan un complejo de residencia de niñas, escuelas básicas y técnicas, la propia casa de voluntarios y un hotel. Trabajan todo el día, pero siempre tienen un momento para preocuparse por ti. Las niñas son encantadoras y he hecho migas con varias.
Mumemo es un lugar encantador, tiene mejores condiciones meteorológicas que la ciudad, y aunque sigue siendo un clima tropical de sabana en verano, suele tener viento, cosa que se echa en falta en las zonas urbanas. Sin embargo, si tengo que quedarme con algo es con la gente. Las propias monjas, pero también las chicas de la residencia y las amigas que la profesora Begoña tiene allí. Me dieron la oportunidad de conocer la comida, música, juegos, lengua e historia local y de las proximidades. Es sorprendente como incluso aprendiendo varias cosas nuevas cada día me faltarían meses para que las situaciones más cotidianas me dejasen de sorprender.
En definitiva, voy cargado de conocimientos, conexiones y anécdotas para atesorar el resto de mi vida. Hay muchos inconvenientes por el camino, pero sin duda compensa arriesgar un poco y ganar mucho.