Hace tres meses aterricé en El Salvador, y lo que más me sorprendió una vez salí del aeropuerto fue la abrumadora mezcla de calor y humedad. Y es que el aire aquí pesa y el bochorno acompaña a cualquier lugar. Aterricé sin expectativas; ni buenas ni malas, pues la preparación para el viaje fue tan precipitada que no tuve tiempo para formar ideas relativas al país, con la consecuencia de que no hubo cabida ni para la frustración ni para la ilusión. La ausencia de expectativas, no obstante, sí habilita la sorpresa; es su campo de cultivo.
Y, en efecto, fue todo una gran sorpresa. He aprendido que no sirve de nada tratar de comprender ciertos patrones culturales a través de los habituales mecanismos de percepción. Por ello, me limitaré a exponer situaciones que me han sorprendido, eludiendo el análisis o la explicación a través de mis particulares lentes culturales. Las playas están llenas, pero el mar vacío (el plan habitual de fin de semana es desplazarse hacia la playa, pero no para nadar); cada tarde, San Salvador se instala en un eterno atasco (si son las seis y hay que desplazarse, hay que contar con una hora extra de atasco); el aire acondicionado está encendido en todos los lugares cerrados; los coches tienen las ventanas tintadas, y esto impide que la luz del día entre (en el coche, siempre es de noche); las pupusas, tortillas a base de maíz o arroz rellenas de cualquier alimento imaginable, se desayunan y cenan casi todos los días; cualquier persona con la que hayas interactuado te va a desear “que te vaya bien” al finalizar la conversación; el miedo a la violencia habita en todos los habitantes; es el lugar más frondoso en el que he estado nunca, y es que hay vegetación en cualquier parte de su superficie (incluso mi universidad está llena de árboles y plantas que se enredan y pasean por paredes y techos); el suelo está plagado de volcanes o, por lo menos, eso parece (el otro día leí que solo hay 23 volcanes individuales, pero el país es tan pequeño que, en proporción, está atestado). Es un lugar precioso.
Mi plaza asignada comprende el apoyo al Departamento de Innovación Educativa de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA, a partir de ahora). Mis labores han sido de lo más heterogéneas: desde auxiliar al equipo en sus tareas administrativas (soy una experta en Excel ahora) hasta redactar el boletín de noticias. A pesar de la variedad de quehaceres, el común denominador es, por lo general, que se trata de trabajo de oficina. Este hecho me provocó una gran disonancia cognitiva respecto a la idea preconcebida que tenía del voluntariado, el cual vinculaba al trabajo de campo. Es fundamental saber que, cuando se trata de voluntariado, las principales tareas están relacionadas con trabajos mecánicos, y esto ayuda a desarticular la idea occidental de que ayudar es salvar. Y es que, en la mayoría de casos, el apoyo más útil es el que se presta en actividades rutinarias (es muy difícil colgarse la medalla de héroe creando hojas de Excel), pues permite aligerar la carga de trabajo del personal que, así, puede dedicarse a otros asuntos. He prestado también apoyo en el Instituto de Derechos Humanos de la UCA. En la actualidad, su principal labor consiste en brindar servicios legales y psicológicos a los familiares de los detenidos en el marco del régimen de excepción, que lleva vigente más de un año y medio. Mi trabajo consiste en preparar el guion para el programa semanal de radio que emite la institución, Sembrando Futuro, dedicado a la divulgación respecto a los derechos humanos. Esta labor me ha habilitado una ventana de constante contacto con la actualidad política y social del país.
Mi experiencia, así como mis labores, es un caleidoscopio compuesto de pupusas, volcanes, aprendizajes políticos, trabajos mecánicos, viajes y, sobre todo, mucho verde. No por algo creo que estoy en el lugar más frondoso del mundo.
1 Comment
Experiencias que enriquecen el alma y dejan un caldo de cultivo de tolerancia,
al comprender que situaciones que nos son extrañas deben ser enfocadas con una nueva mirada, y esa mirada no es la nuestra sino la de otros.
Ojalá todos tuviéramos esa mirada del otro.