
Maputo, Mozambique. El voluntariado que me ayudó a reencontrar el propósito
Hace menos de un mes no tenía muy claro cuál era el plan a corto plazo. Poco después de que se me acabara el contrato, empecé a ir de aquí para allá como pollo sin cabeza encadenando entrevistas de trabajo poco satisfactorias y con la sensación de estar perdiendo el rumbo. A pesar de tener una especialización de posgrado y haber pasado algunos años viviendo y trabajando en distintos países para programas relevantes y bien financiados, llegué a convencerme de que dedicarme profesionalmente a la cooperación al desarrollo era un objetivo inalcanzable. Me repetía frecuentemente cosas del tipo: “Ninguna organización quiere que trabajes para ellos”, A ti no te van a coger nunca”, “Tal vez este sector no es para ti”. Me asaltaban pensamientos e inseguridades inútiles varias veces al día: “Vas a tener que repensar qué hacer con tu vida”, “Tal vez haya trabajo en el mundo de la empresa” … y así en bucle durante horas.

Esta noche, menos de un mes después, estoy sentado en nuestra terraza a pocos metros del mar mirando las lucecillas brillantes del puerto de Maputo y reflexionando sorprendido sobre cómo ha cambiado mi realidad y con ella la calidad de mis pensamientos. Me envuelve casi todo el tiempo una profunda sensación de satisfacción personal, logro y autoestima. Este voluntariado en Mozambique me ha reafirmado en mi convicción de querer ser cooperante, me ha devuelto mi sentido de propósito y la confianza en mí mismo. En silencio, me felicito por ello. Por seguir adelante incluso en momentos de duda. Luego pienso en una frase de Hans Magnus Enzensberger que leí hace poco que decía “Nadie emigra sin que medie el reclamo de alguna promesa1.
Esta semana he estado acompañando varios proyectos en el área de desarrollo, cada uno con sus lógicas y dinámicas, pero igual de necesarios todos. Uno busca garantizar el derecho a la educación de niños y niñas que crecen en comunidades rurales del municipio de Mahelane y sus alrededores. Otro forma parte de la segunda fase de un proyecto de pesca, enfocado en mejorar la gestión integral de la cadena de valor de la pesca y la acuicultura, impulsando a la vez el desarrollo socioeconómico, la igualdad de género y la conservación de los ecosistemas de agua en Namaacha, Boane y Moamba. Además, he estado colaborando en un proyecto de protección integral que trabaja para promover y defender los derechos de la infancia y la adolescencia en la provincia de Maputo.

Como voluntario en Mozambique mi rol se centra en apoyar al equipo de Monitoreo, Evaluación y Aprendizaje (MEAL) de Ayuda en Acción. Nuestro trabajo busca comprender, demostrar y comunicar de manera estratégica el impacto real de cada proyecto e intervención. Para ello, monitoreamos el progreso, introducimos ajustes cuando es necesario y evaluamos los resultados para extraer aprendizajes que puedan ser sistematizados. Con esa información, reforzamos nuestras capacidades operativas e institucionales y apoyamos a nuestros socios locales a fortalecer las suyas. Una parte importante de mi tiempo la dedico a diseñar herramientas de retroalimentación y de recolección de datos que nos permitan conocer y entender de primera mano las percepciones de actores clave sobre el impacto, la relevancia y la sostenibilidad de las intervenciones. De este modo buscamos gestionar con mayor eficiencia y diseñar programas futuros basados en evidencia.
Me he adaptado rápido y me siento a gusto en la oficina trabajando como uno más. Aunque no domino el portugués, la comunicación no está siendo complicada y estoy intentado ofrecer humildemente los conocimientos y lecciones aprendidas en otros contextos a este nuevo espacio de trabajo. Me ha devuelto la motivación ver cómo mis compañeros me escuchan con interés, me invitan a reuniones y espacios de coordinación, se interesan por mis propuestas y discuten algunas de mis ideas. He dejado de pensar tanto en mis desgracias y he pasado a la acción. El liderazgo de nuestro director país y el saber hacer de mis colegas me inspiran a dar lo mejor de mí. Ya no me siento un outsider y, como dice mi colega Toni, cuando llego a la oficina “me pongo en modo esponja” presto atención, observo las dinámicas y trato de anticipar necesidades para ofrecer apoyo oportuno donde haga falta cada día.
Estamos atravesando un contexto de recortes drásticos en la Ayuda Oficial al Desarrollo, con un impacto real y directo en la vida de millones de personas que han dejado de recibir la asistencia de emergencia de la que dependen2. El caso de Mozambique es paradigmático porque coexisten múltiples crisis superpuestas. Al colapso económico, se añaden graves impactos ambientales y climáticos por tormentas tropicales y sequias, así como un prolongado conflicto en Cabo Delgado donde grupos armados, incluido el Estado Islámico de Mozambique, atacan asentamientos y provocan desplazamientos masivos. En este contexto, la falta de financiación y capacidad operativa ha supuesto la pérdida de empleos humanitarios clave y del sistema de coordinación de emergencias o clústeres. Esto traslada mayor responsabilidad al gobierno nacional en la conducción de las respuestas, un desafío complejo en un país donde el estado es parte del conflicto y donde el liderazgo humanitario local ha quedado relegado durante años a un segundo plano por la fuerte influencia internacional3.
El plan humanitario de este año para Mozambique sólo ha recibido el 20% de lo que se necesitaba originalmente4. Algunos documentos clave han advertido sobre el impacto de los recortes, incluyendo la posibilidad de que ninguna ayuda llegue a 600.000 personas que enfrentan una grave inseguridad alimentaria en Cabo Delgado, 245.000 personas desplazadas cuyas condiciones de vida y seguridad se deteriorarán severamente y 145.000 niños y niñas en riesgo de abandonar la escuela por falta de maestros5.
Desde esta perspectiva, y con tanto trabajo pendiente en lo relativo a garantizar los derechos humanos y la paz, no puedo evitar pensar casi avergonzado en la irónica ansiedad que me generaba mi situación personal. Sin embargo, la parte humana de venir a la oficina y compartir charlas y momentos con mis compañer@s sobre nuestras aspiraciones personales y profesionales me ha ayudado a ver las cosas de otra manera. Me ha obligado a reflexionar sobre lo que realmente busco y lo que significa “avanzar en mi carrera”. Me ha gustado darme cuenta de que en casi todos los sentidos nuestros sueños, miedos, inseguridades, aspiraciones y objetivos son casi idénticos.
Cuando he vuelto a casa dando un paseo como todos los días, no he podido evitar sentirme afortunado por lo que estoy viviendo. Aunque también he tenido la incómoda sensación de que me va a faltar tiempo para comprender a fondo algunos procesos internos y dar la continuidad y seguimiento a la construcción progresiva de relaciones y confianza que he empezado con los equipos y nuestros socios locales. Estoy empezando a entender que para poder observar resultados tangibles y un impacto real es fundamental contar con ese tiempo del que no dispongo. Por eso inmediatamente he empezado a elucubrar y hacer juegos, planes, escenarios, teorías y carambolas mentales para intentar dar con un plan que me permita quedarme. Pronto me doy cuenta de que este es precisamente el tren de pensamientos que me va a llevar de vuelta al agujero negro en el que estaba antes de venir aquí. Decido vivir única y exclusivamente el momento presente y concentrarme en llegar a casa sin que me atropellen.
Más tarde, por la noche, mi compañera de piso me ha llevado a una jam al aire libre en la Associação dos Músicos Moçambicanos, en la Avenida de Maguiguana. La música de fondo, la energía y la gente me han recordado muchísimo a las fiestas en Jordania. En este distendido hub humanitario he conocido a un montón de gente variopinta que como yo vienen y van. Son todos profesionales de la cooperación, doctores en hospitales, miembros y directores de ONG locales e internacionales, trabajadores de embajadas, practicantes en Naciones Unidas, de la Unión Europea, jóvenes cooperantes de la AECID… e incluso veteranos con más de veinticinco años a sus espaldas en distintos países africanos. Todos sonrientes y educados, dándome la bienvenida, integrándome en su círculo y compartiendo las diferentes teorías, consejos, recomendaciones y pintorescas batallas que atesoran en sus fantasmagóricos corazones. En Madrid, esta situación sería imposible de imaginar y siento que solo hacía falta mover una pequeña pieza para que todo haya empezado a encajar en el lugar correcto.
He charlado un buen rato con consultor senior de una conocida ONG internacional que me ha dicho “Sigue tu propósito y haz lo que a ti te mola. Que te la suden los demás. El que es bueno llega, de eso no te quepa duda. “No tengas prisa y enfócate en ser el mejor en lo que tú haces”. Dice que no tiene envidia de sus coetáneos españoles, que probablemente tendrán la edad de mis padres, y que según él no saben ni qué hacer con la pasta que tienen. “Están amargaos”. Dice que lo que le ha dado la cooperación no lo cambia por nada y aunque es difícil de conceptualizar, sospecho que empiezo a entender a lo que se refiere. También me ha aconsejado seguir escribiendo. Ha sido un privilegio haber podido compartir un ratito con alguien que ya ha pasado por lo que yo estoy esforzándome todos los días en conseguir.
También he disfrutado viendo a Toni pulular por el espacio abierto charlando sonriente con todo el mundo. Se le nota feliz, en sintonía y lleno de emociones y curiosidad honesta que contagia. Ahora formamos parte de este grupo de gente que no estamos perdidos en ninguna parte. Voy hacia los otros, los otros vienen hacia mí. Soy consciente de que hace un par de años se decidió que no era correcto hablar de primeros y segundos mundos, pero yo definitivamente me siento todos los días en uno muy lejano y diferente y esa sensación me reconforta. También siento que nada de lo que leí o creí haber aprendido en la universidad vale realmente de nada. Lo que vale es verlo, vivirlo y sentirlo en primera persona.
Cada día es diferente y desde que me levanto, estoy sumergido en un laboratorio de situaciones inesperadas que me ayudan a seguir conociéndome. También aprendo mucho de los demás por la manera en que reaccionan ante las cosas y las circunstancias, lo que me permite ver el mundo a través de sus sentidos, distintos de los míos. Solo puedo pensar en lo privilegiado que soy y en la suerte que tengo y antes de acostarme me miro al espejo y me obligo a repetirme que debo mantener el corazón bien abierto, aunque a veces siento que me va a explotar. La mente y los ojos también los debo tener bien abiertos. En cada esquina hay algo que aprender y tengo que intentar hacer el esfuerzo de disfrutar de todo ello sin prisa.