Mi nombre es Moisés Rodríguez, alumno de la Universidad de Alcalá, y durante el verano de 2018 he realizado un voluntariado en El Salvador.
Mi trabajo durante este tiempo se ha basado en la prevención y promoción de la salud en comunidades rurales, lo cual ha abarcado desde charlas de igualdad de género y prevención de la violencia hasta chequeos a los niños de una pequeña escuela en una isla, pasando por dirigir unas sesiones de ejercicios con un grupo de ancianos en el marco de Trabajo de Fin de Grado o realizar atención sanitaria como estudiante de fisioterapia.
Todo eso fue la parte objetiva, lo que dejará constancia, pero al final cada proyecto es distinto y no le veo sentido a describir todo lo que hice, así que me pasaré a aspectos más subjetivos y prácticos. Más que unas memorias, quiero que esto sea una pequeña ayuda para todo aquel que vaya a comenzar su aventura.
La zona de confort existe. Aunque a veces no nos damos cuenta de ello. Yo fui consciente de que la zona de confort es algo real cuando un loro se comió el cargador de mi tablet y me di cuenta de que, efectivamente, había salido de mi zona de confort.
La inmersión es algo complicado porque nunca estás preparado, pero después de los 3 meses puedo dar una serie de consejos que a mi me han ayudado y describen todo lo que he ido pasando durante este tiempo:
“Adaptarse o morir”. Quizá morir es un poco brusco, pero si no te adaptas es todo mucho más difícil. Para adaptarse hay que ser consciente de varias cosas, la primera es que el miedo y la incertidumbre son normales, la primera vez que se coló un murciélago en la casa donde vivía o encontré un escorpión en la habitación, sentí miedo, pero al final uno se adapta. No sólo los animales pueden amargar un día, las costumbres, pese a hablar el mismo idioma, son distintas. Después de la segunda vigilia (celebraciones evangélicas que duran toda la noche) en el templo que tienes justo al lado de la habitación, las cosas empiezan a mejorar. El segundo consejo es ser abierto, en todos los sentidos. Empápate, prueba sabores, olores, conoce la cultura, intenta asimilarla, adopta lo que consideres positivo de ella.
Segundo consejo, nunca vas lo suficientemente preparado. Podrás echar a la mochila 8 botes de repelente, la mosquitera, toda tu colección de libros, tu instrumento musical (no sé qué habría hecho yo sin mi ukelele), una navaja suiza, un adaptador para enchufes, el machete, una rebequita por si refresca o la aspiradora. Siempre te faltará algo, es normal, y no tienes que culparte por ello. Pero mira el lado bueno, prácticamente todo se puede conseguir. Ahí verás que mi anterior consejo es útil, aprenderás a adaptarte, aprenderás donde encontrar las cosas o como suplirlas utilizando alguna otros medios a tu alcance.
Tercer consejo, haz caso a la gente local. Ellos saben más de lo que tú podrás aprender estando 10 años de voluntario. Si te dicen que no comas algo, no lo comas. Si te dicen que salgas ya y no esperes más, sal en ese preciso instante. Serán tu nueva compañía, crea vínculos y lazos con esas personas y apóyate en ellas cuando lo necesites.
Realmente estos son los mejores consejos que extraigo de mi particular aventura, que comenzó como una escapada del mundo que me rodeaba para terminar convirtiéndose en una de las mayores lecciones de vida que jamás he tenido. Se me quedan en el tintero historias y anécdotas como el día que me atacó el murciélago, el famoso loro que se comió mi cargador, cómo me engañaron para subir un volcán de 3000 m de altitud, lo satisfactorio que fue abrir mi primer coco a machetazos o cómo conocí el amor en una pequeña islita de El Salvador. Si, has leído bien, conocí el amor en otra voluntaria, solo que de Costa Rica, también fisioterapeuta, con la que casualmente coincidí. Nunca sabes lo que te podrás encontrar al salir de tu zona de confort. Espero que leyendo esto hayas cogido carrerilla para comenzar tu aventura. Es tuya, disfrútala, aprende y vuelve siendo algo más de lo que te fuiste. Mis mejores deseos para el viaje que comienzas