Por las noches el pueblo de La Unión huele a humo de barbacoa, brisa húmeda y combustible. Cae la temperatura y las montañas del valle se oscurecen. La gente se une a jugar al vóley en la plaza, y cuando alcanza el sueño, se retiran a sus casas. Ecuador madruga y descansa poco, el trabajo apremia.
Aquí soy una más de un equipo de seis técnicos en el Área de Desarrollo Territorial (ADT) de Pucará, cantón de la provincia del Azuay al sur de Ecuador. Vivo en una calle sin nombre, en la misma sede de Ayuda en Acción que ha hecho de oficina y hogar durante tres meses y lo hará por otros tres más hasta que llegue diciembre.
Mi labor aquí es hacer un diagnóstico de cuatro cadenas productivas en 20 de las 54 comunidades en las que trabaja Ayuda en Acción en el territorio. Estas comunidades se han priorizado por contar con una experiencia más desarrollada bien en café, caña de azúcar, lácteos o cuyes.
La producción varía según la altitud, en las comunidades bajas se encuentran cultivos de café y caña, en las altas predominan los lácteos y los cuyes. La producción de cuyes en los Andes se remonta a tiempos anteriores a los incas, quienes ya los utilizaban no solamente para consumo sino en rituales que aún perviven, como la limpia del mal de ojo.
La comunidad más cercana está a 1 hora y media en 4×4 por caminos de tierra que convierten al coche en una coctelera. Tengo una colección de chichones y morados de los que no recuerdo el origen, porque durante los trayectos el paisaje actúa de anestesia. En una hora pasamos de desierto a paisajes cubiertos de niebla, donde los cerros acunan a las nubes y los maizales desafían a la gravedad en pendientes imposibles, donde todo parece dar fruto. Aquí hay vida hasta en los cables de la luz…
Al comienzo me sentí como la mujer orquesta. De un día para otro pasé de ser estudiante de Economía a encargarme de principio a fin de un estudio de mercado de cuatro cadenas distintas, cada una con sus procesos y contexto cultural – ¿las cobayas se comen? – y aunque yo vine sin expectativas, aquí no sentí lo mismo. Debía llegar a un resultado bueno, bonito y barato. Si pudiera susurrar algo a mi oreja hace tres meses, le diría que el camino se hace andando, que no tenga miedo a dar el primer paso.
Llegué a Ecuador recién salida de la universidad, aprovechando la oportunidad de participar en el programa de cooperación antes de dejar de ser estudiante. Vine sin orla ni fiesta de graduación -encontré la mejor excusa- y recibí la nota final del TFG a las semanas de estar aquí. Durante un par de meses viví sumergida en los días, la cultura, la comida … me dejé llevar por el ritmo de vida y el tiempo voló sin pensarlo. Aunque sigue pasando igual de rápido, quise tomar algo de distancia para poder observar mejor y situarme en el proyecto por el que llegué aquí.
El tiempo que pasé sumergida en Ecuador durante las primeras semanas, me sirvió para aprender que fusionarse es una experiencia humana que hay que vivir, pero sin perder el sentido crítico que nos permite compartir desde nuestra propia cultura, desde nuestra diferencia. Pasé un mes hablando de usted, moldeando mi forma de hablar para evitar ofender. Un día, mis compañeros me dijeron que les hacía sentir demasiado mayores. Comencé a tutear y sentí cómo se acortaron las distancias. La naturalidad no ofende, acerca. Con respeto se puede hablar de cualquier tema con cualquier persona.
Aunque me picara una mantarraya en el pie izquierdo la primera semana y el ritmo de los días vaya a menudo en contra de la reflexión, siento que en estos tres meses he aprendido más de lo que ahora soy consciente. Ya he situado el estudio, llevo más de la mitad de las comunidades encuestadas y he localizado agentes en el territorio dispuestos a apoyar en la comercialización. Todavía queda mucho por hacer y la incertidumbre es fiel compañera, pero tanto nuestros éxitos como tropiezos son siempre compartidos, porque nunca caminamos solos.
Durante las primeras semanas los nombres de las comunidades se resistían a quedarse en la memoria. Hoy pienso en Cerro Negro y recuerdo a Don Luís, en San Antonio de Ñugro y Don Ángel cortando caña, pienso en La Betánea y veo a la familia de Gin, una niña sonriente que me enseña el nombre de flores que solo he encontrado en Ecuador…
La cooperación es compleja como la vida de las personas, no tiene una única lectura, no es blanca o negra, buena o mala. Se trata de encontrar la fórmula que surja del territorio y se adapte a él, mejorar los procesos, adecuarlos a las necesidades evitando que se creen nuevas de acuerdo con nuestro modelo de desarrollo sin límites. La riqueza y la carencia se definen de forma simultánea. Se puede ser rico teniendo una gallina porque el huevo que ponga al día alimentará a un niño con desnutrición. Encontrar el equilibrio requiere tratar a los adultos como adultos para que sean los que lideren su propio desarrollo.
Cuando de forma instintiva se responde “¿mande?”, cuando al saludar la mano queda suspendida sobre la otra palma, sin apretar, cuando en un colegio los niños miran al profesor buscando aprobación para expresarse, cuando una mujer esquiva tus ojos al hablar con ella, pienso que, como parte de una gran familia, debemos contribuir a crear un mundo en el que las personas se sientan libres para dibujar su propio destino. Desde España, desde nuestra casa, barrio o universidad. Nosotros hacemos nuestro hogar, abramos sus puertas para que quien entre se sienta cómodo.
Gracias por esta oportunidad, somos increíblemente afortunados al otro lado del río…