Mi nombre es Sofía, hace ya 2 meses que llegué a México y mi experiencia está siendo una dualidad constante. El proyecto en el que trabajo está liderado por el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad (IIES), adscrito a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y su objetivo es realizar mejoras ecotecnológicas en viviendas rurales con necesidades habitacionales de distintas zonas del país.
Muchos días de mi semana se suceden en las oficinas de la Universidad del campus de Morelia, mi ciudad mexicana, rodeada, acompañada y, sobre todo, guiada, por mis compañeras de trabajo que son brillantes investigadoras y docentes universitarias de profesión, pero, especialmente, las mejores activistas de vocación que he conocido.
El resto de los días de la semana vamos a campo, nos trasladamos a las comunidades rurales donde se aplica el proyecto para avanzar con la implementación de las mejoras en las viviendas. Todo lo que se hace en las casas se realiza desde la perspectiva de la sostenibilidad y para ellos usamos, entre otros mecanismos, técnicas de bioconstrucción, métodos de captación y aprovechamiento de agua de lluvia y filtrado de ese mismo agua, estufas ahorradoras de leña que reduzcan la contaminación intradomiciliaria y empleen como fuente energética biomasas locales, baños secos y un largo etcétera, para que las familias puedan tener cubiertas todas sus necesidades sin comprometer los recursos del entorno y contextualizando las soluciones propuestas a los usos, particularidades y costumbres de las familias y de la región.
La dualidad de mi experiencia reside ahí, en la propia dualidad del proyecto, que por un lado tiene un componente académico y técnico muy especializado en un área del conocimiento que no es especialmente la mía, y, por otro lado, un componente más práctico y humano que es el trato con las comunidades rurales, los destinatarios y beneficiarios principales de la investigación que realizamos en el grupo de trabajo. Resumiendo, que unos días me toca ser más ratilla de biblioteca y la única luz que veo es la del flexo y otros días, me toca ponerme el mono de trabajo para estar largas horas al sol, ¡me han enseñado a construir con tierra y paja! Si algo estoy aprendiendo de esta experiencia es a ser más camaleónica que nunca y a no confiar en que ese chile no pica, pero esa, es otra historia.
En mis días libres, mis compañeros de proyecto se han convertido en mis mejores aliados y me muestran todo lo que pueden su país, con orgullo, pero también con mucho espíritu crítico. Algunos fines de semana nos escapamos a la playa, otros, a la montaña y los que nos quedamos en la ciudad los pasamos entre serenatas y micheladas, que también es pura idiosincrasia mexicana.
Escribo esto desde la consciencia de que todo lo que me está pasando durante este proyecto de cooperación es un regalo que aún no he digerido pero que va a dejar una huella imborrable, gracias México lindo, por abrirme las puertas y por darme alas para soñar que otras formas de vida son posibles.