UNIVERSIDAD: UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS
REDACCIÓN DEL ARTÍCULO: AL FINAL DE LA ESTANCIA
Siempre he sido muy curiosa y me ha gustado conocer más allá de nuestra cultura hegemónica, que intenta llegar a todos lados e imponerse. Soy consciente de mis privilegios, y el estar en Indonesia ha hecho que me dé más cuenta todavía porque en todo momento los sentí. La gente nos pedía fotos, quería tener nuestro color de piel, venir con nosotras a España… En definitiva, nuestros privilegios nos acompañan allá donde vamos. También soy consciente de que no se puede cambiar el mundo, pero, con pequeñas acciones como el voluntariado, que es un parche para mitigar de alguna manera las flagrantes desigualdades, podemos cambiar algo, tanto en nosotras mismas, como en la gente con la que nos relacionamos, intercambiando historias, experiencias y conocimientos, y creando vínculos muy fuertes entre todas.
Hace casi un mes que volví de Indonesia y sigo sin saber bien cómo sentirme, y todavía menos cómo expresarlo por escrito, porque una parte de mí sigue allí. Durante estos tres meses he pasado por todos los estados de ánimo posibles, pero, sin duda, queda por encima el de agradecimiento. El agradecimiento por haber podido vivir esta experiencia, por haber tenido la oportunidad de conocer a gente tan maravillosa y diferente de la que he aprendido, y de conocerme más a mí misma.
En septiembre, Carla y yo nos embarcamos hacia Sumbawa, donde íbamos a dar apoyo escolar en Harapan Project, una ONG que se ocupa de dar clases extraescolares a los niños del distrito de Hu’u (el sistema educativo indonesio tiene bastantes carencias, sobre todo con respecto a la motivación del profesorado), así como de darles cobertura médica (la gente indonesia en muchos casos no puede permitirse ir al médico). Lo cierto es que tardamos algún tiempo en adaptarnos, sobre todo por el idioma, y vivíamos en un pueblo bastante apartado, por lo que tampoco pudimos salir mucho de allí durante el voluntariado, lo cual hizo que en algún momento nos sintiéramos un poco “ahogadas”. Por suerte, siempre nos teníamos una a la otra y hemos pasado de no conocernos a ser como hermanas. Generalmente, la gente era muy agradable con nosotras, y con los niños creamos un vínculo muy bonito. En ocasiones, nos frustrábamos y sentíamos que las cosas en la ONG no estaban todo lo organizadas que deberían, pero, con diferencia, lo bueno gana a lo malo, y de todo se aprende.
Me llevo a grandes personas con las que mantengo el contacto, y una experiencia que no voy a olvidar nunca.
Cada día, pasábamos por las calles de los poblados para recoger a los niños.
Al acabar las clases, jugábamos con las niñas y niños hasta el atardecer (les encantaban las palmas).
Colocando la pizarra en la pared. Las clases estaban en bastantes malas condiciones.
Boda en Hu’u, capital del distrito en el que vivíamos.
Yendo al colegio en época de lluvias.
Vivíamos en un pueblo donde venían surfistas de todas partes del mundo. Se trata de unos de los pocos puntos turísticos de la isla, y los fines de semana venían estudiantes universitarios de inglés para practicar con los bulé (occidentales).