

Voluntariado sobre la Condición Jurídica de las Personas Mayores (CONICET, Argentina)
¡Hola! Soy Isabel y os escribo casi desde el fin del mundo, desde una Buenos Aires diversa, caótica y vibrante.
Cada día que estoy pasando aquí es una invitación a mirar el mundo desde otra perspectiva, a dejarme atravesar por nuevas experiencias y a redescubrir el sentido de aquello que me mueve: la defensa de los derechos humanos, especialmente los de las personas mayores. Este voluntariado está siendo una oportunidad única para crecer, aprender y poner en práctica lo que durante años he estudiado. Estoy colaborando con el Instituto de Investigaciones Jurídicas y Sociales “Ambrosio L. Gioja” de la Universidad de Buenos Aires, y desde el primer día siento que esta experiencia me nutre de una manera que ningún libro podría hacerlo. Aquí las teorías cobran vida; las palabras se convierten en rostros, en historias, en desafíos concretos.

Trabajar con entidades jurídicas y sociales, participar en seminarios y proyectos de cooperación académica, me permite combinar la reflexión teórica con la acción directa. Veo cómo la investigación puede transformarse en herramientas reales para fortalecer la autonomía, la inclusión y el acceso a la justicia de las personas mayores. Me emociona pensar que, aunque los cambios estructurales son lentos, cada paso, cada conversación, cada alianza, es una semilla de transformación.
Vivir esta experiencia me confirma que la investigación necesita salir, mezclarse con la gente, escuchar, observar, sentir. Aquí descubro, día a día, que el conocimiento también se construye desde el encuentro, desde la cooperación y la empatía.
Salir de mi entorno habitual y sumergirme en esta realidad tan diferente me obliga a reaprender lo cotidiano: a escuchar con atención, a preguntar sin miedo, a mirar con humildad. Buenos Aires, con su energía inagotable, me enseña a valorar la diversidad, a abrir la mente y el corazón. Hay algo en la manera de vivir argentina que me conmueve profundamente: la calidez en el saludo, las charlas interminables en torno al mate, la importancia de la amistad y de lo compartido. Esa mezcla de cercanía, humor y pasión hace que me sienta, desde el primer día, realmente acogida.

Además, colaborar con personas comprometidas con la justicia social me inspira profundamente. Me recuerda que el cambio colectivo empieza por lo individual: por nuestra disposición a aprender, a adaptarnos y a construir junto a otros desde el respeto y la cooperación. En cada intercambio con colegas, estudiantes o comunidades, siento que mi vocación se reafirma y que mi identidad profesional se entrelaza cada vez más con mis valores personales.
Este proyecto no es solo una etapa de mi carrera; es una experiencia que me está transformando. Me está ayudando a entender que la defensa de los derechos humanos no es una tarea que se ejerce desde la distancia, sino una forma de estar en el mundo, de mirar y actuar con coherencia, sensibilidad y esperanza.
Y mientras escribo estas líneas, en una pequeña cafetería porteña donde el bullicio se mezcla con el aroma del café, me siento profundamente agradecida. Por estar aquí, aprendiendo y aportando. Por vivir, en presente, esta aventura de cooperación que me confirma que cuando se hace con compromiso y humanidad puede realmente cambiar vidas, incluida la mía.