Hace ya poco más de tres meses que llegué a las impresionantes tierras brasileñas, y cada día descubro que siempre van a pasar cosas que me van a sorprender, de las que voy a aprender o en algunas ocasiones de las que prefiero no recordar. Los proyectos en los que estoy participando me están permitiendo conocer una realidad muy distante a la mía en Madrid, y de la cual me gusta aprender siempre un poquito más.
Después de unas dieciocho horas de vuelo, incluyendo las cinco o seis horas de escala en Río de Janeiro, llegué a la ciudad de destino, Maceió en el Estado de Alagoas. Cuando desembarqué, a las tres de la madrugada, busqué impaciente al señor que tenía que venir a buscarme (Senhor Osman). Con mi problema de miopía incipiente, las numerosas horas de viaje, el cambio horario y la cantidad de carteles impacientes por recibir a sus respectivos pasajeros, no era capaz de distinguir ningún cartel en el que estuviera escrito mi nombre y mi apellido, el cual sabía que era muy probable que estuviera errado ya que no es excesivamente común. Después de una media hora analizando detenidamente los carteles, asumí que era bastante probable que hubiera surgido alguna confusión sobre la fecha de mi llegada. Decidí llamar al teléfono de contacto que me habían facilitado antes del viaje, el nombre era Kimiko. Después de una conversación algo confusa conseguí entender que el señor que tenía que venir a buscarme no iba a venir y que debía cogerme un taxi a una dirección que me iban a mandar. (Nota: de las primeras cosas que me dijeron en España es que no me montase en cualquier taxi, y menos de madrugada, que eran peligrosos). Lo bueno de la situación es que estaba tan cansada que no era capaz de preocuparme por el miedo. Casualmente, se me acercó un señor que me ofreció a llevarme él hasta mi destino por un precio previamente acordado. Después de perdernos por una ciudad desértica durante un tiempo, por fin encontramos la dirección que me habían facilitado. Al parecer era la dirección de la oficina y no del apartamento. De la puerta blanca y metálica apareció Kimiko. Una señora con rasgos japoneses, chiquitita y con una sonrisa muy entrañable. Con sus indicaciones llegamos hasta el apartamento, en la única calle sin asfaltar de la ciudad.
Después de unos días de aclimatación y de superar el jet lag, la oficina se mudaba de local y emprendimos una calurosísima mudanza que me dio la oportunidad de ir conociendo más a todas las personas que trabajaban en dicha oficina.
Me ofrecieron realizar un curso de cisternas escolares en el interior del Estado, donde se iba a desarrollar mi proyecto “Plan de Desarrollo Agropecuario en el semiárido del Estado de Alagoas”. El lugar donde se realizan los cursos es una finca envuelta por una floresta característica del semiárido, con cactus y animales propios del ambiente, cobras, escorpiones, sapos, macacos,… donde ofrecen una ingente cantidad de comida, consistente principalmente en carne, huevos, arroz, frijoles, pasta y algún tubérculo, ya sea hora de desayunar, comer o cenar.
En el pueblecito más cercano a la finca, predominan casas bajitas con una arquitectura muy similar entre ellas y pintadas de colores vivos, con una plaza rodeada de bares y restaurantes que da vida al pueblo.
Para describir ese viaje solo tengo cinco palabras: Im-Pre-Sio-Nan-Te. Al curso me acompañaron dos chicos más o menos de mi edad, el hijo y el sobrino del jefe. Me invitaron a todos los planes divertidísimos que se podían hacer por la zona. Tuve la oportunidad de conocer al Ministro de Agricultura de Ecuador (creo recordar), a un señor que ocupaba un puesto en el Ministerio de Medioambiente de Brasil, al Embajador de Mozambique y a una profesora de la universidad de Pernambuco con la que después realizaría proyectos. Con motivo de tan importantes visitas se realizó una especie de festival en la plaza del pueblo a la que asistimos todos los participantes del curso y en la que tuve la oportunidad de practicar los bailes regionales. La gente del curso, principalmente profesores de la región, me acogieron con muchísimo cariño. Los dos primeros días fui sometida a un millón de preguntas sobre mi país, sobre mi familia y que diferencias veía en la cultura brasileña con la mía. Por lo que pude ver en mis primeros días en Brasil, la cultura de baile, de música en cualquier bar que te quieras sentar a tomar desde un azucaradísimo café hasta una cachaça, la paciencia con la que se llevan a cabo las cosas, la comida en cantidades desmesuradas y a cualquier hora, me impactaron desde un primer momento. Por otro lado, teniendo en cuenta que estoy haciendo el voluntariado en una de las regiones más conservadoras del país, el machismo se puede palpar en todas partes.
Una vez finalizado el curso volví ya a la ciudad donde iba a trabajar la mayor parte del tiempo.
Después de dos semanas muy intensas, probando un montón de comidas, bebidas, agua,…como era de esperar enfermé y acabé en el hospital con deshidratación. Tuve suerte que gracias al seguro fui, al parecer, a uno de los mejores hospitales de la ciudad. Espero no tener que volver nunca a un hospital de por aquí.
Pasada esa buenísima/malilla racha ya me empecé a adaptar y a meterme de lleno en mi proyecto. Me está ayudado a conocer la realidad brasileña, y sobre todo, la realidad de la región en la que estoy, que no es para nada parecida a la del resto de Brasil.
He tenido la oportunidad de participar en más cursos del Centro Xingó, en el interior del Estado, de cisternas donde construimos una cisterna desde cero para una familia de cuatro mujeres con muchos hijos y sorprendentemente sin hombres.
Otro de los proyectos ha consistido en una investigación de plantas medicinales nativas de la Caatinga (bioma semiárido, característico de la región que estudio en mi proyecto principal). Esa investigación la he llevado a cabo con la profesora de la universidad que he mencionado antes, y consistía en ir de casa en casa de los poblados más auténticos de la región preguntando a las personas mayores, principalmente, qué plantas empleaban para tratarse las dolencias más cotidianas. Creo que ha sido uno de los proyectos más enriquecedores en los que podía haber participado. En el primer viaje estuvimos en tribus Quilombolas (tribus que se crearon de negros que huían de la esclavitud antes de que se aboliese en 1888). Entrevistamos a una señora de 98 años que conoció a uno de los más famosos cangaceiros (bandidos) de la región, del cual todo el mundo habla “Lampiao” y su esposa “María Bonita”. En el segundo viaje, conocimos, entre otros, a una señora que realizaba rituales religiosos para curar las enfermedades y tuve el privilegio de participar en uno que al parecer, por lo que conseguí entender, me liberó de todos mis males, me protegió de las posibles enfermedades y de las cosas malas que me pudieran pasar.
A estas alturas de la estancia, mi proyecto ya empieza a tener color y empiezo a sumergirme en otros proyectos también muy interesantes. En noviembre se va a realizar un seminario internacional en el Centro Xingó en el que se presentarán los resultados de la investigación de las plantas medicinales, entre otros muchos proyectos muy interesantes. Después está previsto que realicemos un curso de tres semanas sobre la convivencia con el semiárido. Este curso está enfocado para la gente de la región que, por lo que se hasta ahora, enseñan técnicas de convivencia, no de combate, con la sequía. Temas interesantísimos no solo para mi proyecto actual, sino como aprendizaje tanto profesional como personal.
Tengo miedo de que llegue el curso, porque cuando lo termine ya me quedará un mesecillo aquí y no me apetece que esto se acabe pronto, siento la necesidad de tener más tiempo para conocer más cosas. Voy a participar en otro trabajo de campo que consiste en entrevistar a veinte familias de la región del interior para saber cómo están resultando las tecnologías sociales que apoya la empresa para la que estoy haciendo el voluntariado.
Creo que no hay palabras suficientes para describir cómo es una estancia de este tipo en un país muy distinto al de origen. Cómo es la cultura, la gente, la amabilidad de las personas, o incluso, el rechazo que en contadas ocasiones, se puede producir por ser extranjero. Los paisajes tan maravillosos que tiene uno de los estados más pequeños de Brasil. No quiero imaginar las sorpresas que guarda el resto del país. Las amistades y las habilidades de convivencia que se crean compartiendo piso y sobre todo cuarto, después de 20 años sin compartir habitación. El enfrentarte, en mi caso, a un idioma distinto, aunque parecido al mío, pero con las expresiones que utilizan, la forma de hablar, los gestos característicos de los brasileños.
Resumiendo, es una experiencia que se la recomendaría a todo el mundo ya que te ayuda a crecer como persona y a explotar la burbuja, en la que muchas personas están sumergidas, de una forma muy aventurera, mágica y con sensaciones que son muy difíciles replicar en otros países occidentales.
María Cebria Derqui