Proyecto Yo Leo. Barranquilla, Colombia.
Tres, seis, nueve, treinta…. cuento los niños que han venido hoy al proyecto. Cada día se ven caras nuevas. Vienen niños que saben de Yo Leo por amigos, por otro lado, no vienen los ya inscritos. Los voluntarios, estudiantes de universidad comprometidos con la labor social también se reparten los días en el proyecto. Esta cierta inconstancia es una de las principales trabas para la práctica de la acción comunitaria y es tan notoria como el resultado de trabajar con la comunidad tan sólo un día a la semana, el sábado.
Los cambios sociales son lentos, pienso; poco a poco se notarán las transformaciones reales. Contrariamente a la velocidad con la que saqueamos el planeta, sus habitantes necesitan dilatado tiempo para acostumbrarse y normalizar las pautas sociales que los regulan. Estamos trabajando con la población de un barrio de invasión; personas que se asientan en la periferia de las ciudades de manera informal y aparentemente temporal. Huyen de los conflictos internos de un país productor de recursos y en el que aun se sienten las consecuencias de la práctica de la violencia diaria. Y es que aquí y hasta en Pekín, la disputa principal y a todas las escalas, es por la tierra y lo que ella ofrezca.
Me doy cuenta de la enorme importancia del medio sobre nosotros, humanos. Nos influye sobremanera. El comportamiento de los niños muta según el sábado y los imprevistos se suceden buscando aquello con que solucionarlos. Esto quiere decir que hay que tener en cuenta si han dormido bien, si han desayunado, si llovió mucho durante la semana, aún más si llovió el día anterior, porque habrán podido jugar más o menos, estarán más atentos o más nerviosos. Se nota hasta si tomaron chocolate- o el delicioso milo, un cola cao azucarado que despierta al más dormido-.
Los arroyos recorren las calles como torrentes cuando llueve, algunos valientes se atreven a cruzarlos; los videos de buses arrastrados se repiten todos los años. La lluvia paraliza la ciudad, es una de las características de Barranquilla, también el calor. Su clima tropical seco, engaña, su arcaico sistema de canalización de aguas, no traga. Llueve más en el sur que en el norte de la ciudad y perpetuando el estereotipo, es en el norte donde se acumula la riqueza. Cuando llueve no podemos ir al barrio donde desarrollamos Yo Leo, las calles embarradas dificultan el paso y los niños no salen de las casas, es peligroso.
Si el clima respeta, convocamos a las 9 y terminamos a las 12 de la mañana en el colegio Zapata Olivella. Los voluntarios nos reunimos media hora antes para organizar en el espacio las actividades que se han ido proponiendo durante la semana. Yo Leo lleva en marcha tres años, fue bien acogido por la población y con mucha ilusión por parte de los voluntarios. Desde entonces se intenta transmitir la pasión por la lectura, por las historias que se pueden vivir a través de los relatos y esos lugares a los que sólo se puede viajar sentado. Los libros son una creación cultural, se trata de conocer a través del relato del otro; conocer lo que otras culturas, tiempos, personas y valores pueden enseñarnos. Dejar volar la imaginación y disfrutar creando.
No se queda atrás la parte didáctica; en el proyecto se trabaja la comprensión lectora, el análisis del texto y las preguntas que se le pueden hacer con el fin de conocerlo en su contexto y debatir sobre su aprendizaje.
Otra de las propuestas es aprender jugando. Hacemos diferentes juegos dinámicos, colectivos y por equipos, relacionándolos con la lengua y la literatura, trabajando la expresión corporal y artística. Podemos empezar las sesiones con ellos, para despertar y cortar el hielo. Otra opción es dejarlos para el final porque si los colocamos en el intermedio es complicado volver a tener la atención de los niños.
Durante estos meses hemos trabajado diferentes temas como la inteligencia emocional, la historia y las leyendas o los personajes representativos del Caribe colombiano. Realizamos un mural con témperas e hicimos una gincana con juegos más movidos. Muchos momentos compartidos entre los voluntarios y entre los niños.
Pensando en todo lo vivido hasta ahora, muchas cosas me han llamado la atención, del proyecto y de la vida en Barranquilla. Una de las experiencias que más me ha sorprendido es el interés que muestran los chicos y chicas del proyecto por cada uno de los libros que, cada sábado diferentes, llevamos al colegio y montamos en cuerdas. Como si de una biblioteca itinerante se tratara, los niños cogen un libro tras otro. A veces quieren que se lo leas, otras quieren leerlo solos, otras copiar los dibujos, pero siempre quieren más.
Preguntando a amigos y en tiendas, me doy cuenta de lo difícil que es conseguir libros en Colombia; para quien tiene dinero, hay un amplio mercado de segunda mano, hay grandes librerías y muchos se refieren a la capital para conseguir según qué libro. Pero la realidad es que no abundan, aquí no sobran ni se tiran y los que empiezan a leer ahora, sobre todo proviniendo de comunidades vulnerables, los echan en falta.
Encuadernando los diarios de aventuras.
Juego de interpretación de emociones en el colegio.
El primer día de actividades en Loma Roja.
Nuria Vázquez Alonso