Centro Arte para la Paz, Suchitoto, El Salvador.
Llegué a El Salvador el día 1 de febrero después de un viaje de más de quince horas de avión y dos y media en coche, cansada y con los miedos y dudas habituales, pero también con curiosidad y muchas ganas de descubrir uno de los países más desconocidos para mí de América Latina. Lo primero que me llamó la atención fue lo seguro y tranquilo que parecía todo. Había recibido numerosas advertencias sobre lo peligroso que era el país, sin embargo, hasta el momento, no he tenido problemas para moverme sola o caminar de noche y los salvadoreños y salvadoreñas que he conocido son gente amable y hospitalaria, siempre dispuestos a echarte una mano en caso de necesitar ayuda.
El lugar donde vivo se llama Suchitoto, es un pequeño municipio de estilo colonial, con calles empedradas, un bullicioso mercado central y una hermosa plaza, presidida por el edificio más emblemático de la ciudad: la Iglesia de Santa Lucía, construida en el siglo XIX. Como es un lugar muy turístico, está lleno de hoteles y restaurantes y casi en cada esquina encuentras una pupusería, donde sirven el plato más típico de El Salvador, unas tortillas hechas con harina de maíz o arroz y rellenas con una gran variedad de ingredientes. Eso sí, no hagas como yo y pidas cubiertos, las pupusas se comen siempre con los dedos.
El voluntariado lo realizo en el Centro Arte para la Paz, una asociación de desarrollo local que cuenta con talleres educativos, un museo y una mediateca destinada a preservar la memoria histórica. La guerra civil terminó en 1992, pero algunas de las heridas que provocó en la en la población aún siguen abiertas. Parte del proyecto en el que estoy trabajando consiste en entrevistar a mujeres que vivieron aquellos años, para recopilar sus testimonios y que sus experiencias no se olviden.
Por supuesto no todo es idílico y hay choques culturales inevitables. Para viajar por El Salvador hay que armarse de paciencia. El país es pequeño, pero puede llevar horas recorrer distancias de pocos kilómetros, el transporte público es escaso y las carreteras suelen estar en malas condiciones. Es habitual que la gente arroje basura en la calle y en mitad de la naturaleza encuentras envoltorios de plásticos y desperdicios que contrastan con la majestuosidad de un paisaje que debería estar protegido. Por suerte, poco a poco empieza a haber más iniciativas medioambientales y cierta concienciación por parte de la sociedad, pero aún queda mucho trabajo por hacer en este sentido.
El tiempo vuela y ya estoy en el ecuador del viaje. Me quedan un montón de lugares por descubrir y muchas cosas por hacer: quiero ir a un encuentro de antiguas guerrilleras, visitar los cafetales de Apaneca, escalar el volcán de Santa Ana y ver el amanecer desde el Golfo de Fonseca, donde confluyen Nicaragua, Honduras y El Salvador. No sé si en el mes y medio que me queda me dará tiempo a todo, pero por el momento me llevo nuevos amigos y una gran experiencia, solo por eso ya ha merecido la pena haber llegado hasta aquí.