Santa Fe (Argentina): historias de vida abrazadas por el río.
Santa Fe, es una ciudad de aproximadamente 850,000 habitantes, coloreada por hermosos atardeceres que se ven a los pies del río Paraná. Un lugar donde las bicicletas van y vienen con canastas, de dos plazas, grandes, pequeñas, oxidadas o flamantes, con gente buena que sorprende con su cercanía y amabilidad, calidez que me hace recordar mi tierra querida. Mi llegada aquí demoró unos meses más de lo previsto, y aunque me incorporé una vez iniciadas las actividades, tuve el mejor recibimiento de mis compañeros Juan y Arturo, quienes estando ya empapados de la cultura, llenos de historias y amistades, me integraron rápidamente en el grupo.
Adaptarme requirió incluir en mis días otras costumbres, como ser parte del ritual de tomar el mate y el tereré, entender la numeración de los edificios que dependen de la altura de las calles, que varía de norte a sur -¡uff!, cuantas veces me extravié-, en definitiva hacer de esta ciudad la mía propia. Llegué justo en la puerta de la primavera, con la cual aprendí a amar las largas caminatas hasta la estación mientras me dejaba envolver por los colores de la vegetación; árboles, flores, pájaros, que no había visto nunca. Despedirme del húmedo frío no me costó nada.
Además de sumergirme en la vida cotidiana, también comencé a ser consciente de la realidad social y económica de Argentina. La crisis económica actual, mueve a la gente a reinventarse. Los micro-emprendimientos tienen ahora un papel importante en este escenario. El proyecto con el que trabajo lleva por nombre “Emprender”, de la Universidad Nacional del Litoral y en el marco del mismo colaboramos en talleres en donde se explican las técnicas para impulsar emprendimientos en rubros como panadería, repostería, indumentaria u otros oficios que previamente se enseñan en el Centro de Acción Familiar (CAF), del barrio Las Flores. Trabajamos principalmente con mujeres, amas de casa con varios hijos, y madres jóvenes de escolaridad media. Sus circunstancias hacen freno al aprovechamiento de los talleres o el arranque de sus pequeños negocios. Hacía falta ver desde sus ojos la realidad y, partiendo de esa empatía, estamos promoviendo la participación en ferias donde puedan exhibir los productos que han hecho el ir generando ingresos, además de evaluar qué artículos tienen mayor salida. También hemos creado herramientas que les permitan establecer precios justos de manera fácil y práctica. Este trabajo, mano a mano con ellas, me ha sumado fuerzas para dar la milla extra, no solo para que su negocio rinda frutos, sino para fortalecer su manera de verse a sí mismas como capaces, como gestoras de su propio desarrollo. Eso es lo que realmente permanece más allá de la coyuntura.
Entre tartas, bizcochos y mates con azúcar, hemos escuchado un poco de cada una de sus historias de vida que, a pesar de venir del mismo sitio, son muy distintas entre sí. Mujeres con experiencia como Blanca, la mayor del grupo, que hace bolsos con una prolijidad impresionante, e incluso enseña a otras a coser. Por otro lado Vero, que desde su picardía y creatividad, refleja su cristiandad incluso en el nombre de su proyecto “Jesús” Creaciones en Crochet.
Adicionalmente, también participo en otros dos, uno sobre seguridad alimentaria por medio de una huerta urbana ecológica en un solar del barrio “Juventud del Norte”, donde participan también jóvenes en situación vulnerable como parte de un programa de reinserción que promueve además la participación de toda la comunidad. En esta época cosechamos lechugas y acelgas, recién cortadas, todavía con olor a tierra las repartimos cada semana con los comunitarios, y sí de alimentación se trata, no se queda atrás la comida sana; hacemos “torrejas” de acelgas y ricos jugos de verdura como parte de talleres de nutrición. Colaboro además en el proyecto abrazando la convivencia escolar en la diversidad, que busca la aceptación y conocimiento de los derechos de los migrantes en niños y jóvenes, estudiantes de 3er y 4to curso de secundaria y 6to y 8vo curso de primaria en escuelas con alta asistencia de migración boliviana de la comunidad de Monte Vera a una hora del Centro.
Ampliar mi participación, me ha hecho conocer más gente, integrarme más y mejor en las tradiciones del barrio y las comunidades, escuchar de mano de los niños y jóvenes como ellos perciben su realidad. Cada vez me queda más claro que los proyectos en terreno deben abordarse a partir de un diagnóstico del contexto previo, desde la empatía y de una acción consciente de las personas voluntarias. Esa es la mejor forma de conseguir un impacto real a mediano plazo.
Por otro lado, los amigos. Pequeños tesoros que se quedan conmigo al volver a casa. Planeamos el típico asado argentino (un verdadero arte), unos choripanes o simplemente unos mates a la tarde en la “Facu”. Igualmente, amigos que son de lo más diversos, del mundo del intercambio, una gran tradición acá. Jóvenes que van y vienen de México, Francia, España, Colombia, sellando a su paso corazones santafecinos con sabor a otros mares.
La convivencia con la gente me ha hecho pensar que Santa Fe sufre adversidades y disfruta fortunas muy similares al resto de América Latina. Esto se nota en el día a día: al tomar el Colectivo (así es como llaman al autobús), es una experiencia extrasensorial, ruidosos, rápidos y titubeantes por otro lado la música; aquí la protagonista de la fiesta es la Cumbia Santafecina que invita a mover los pies sí o sí y por supuesto el deporte, ¿quién no ha gritado “gooooool’ alguna vez?, qué decir de esa sed de lucha por la igualdad, que nos une siempre, aunque dejemos pasar de vez en cuando, sabemos que hay mucho por hacer.
En fin, esta historia apenas comienza. Quedan dos meses con arduos recorridos por sudar, batallas que ganar y muchos tesoros (amigos) que conseguir. En mi interior queda la necesidad de, a mi regreso, dejar la llama encendida para otros voluntarios, personas que como yo quieran dejarlo todo en la cancha para transformar una realidad que es de aquí, que es de Latinoamérica, que es suya y que es nuestra. Crear ese sentido de pertenencia por y para las personas del barrio, que son actores cómplices en esta contienda, pues ellos y solo ellos, con su sonrisa de sol, serán el atardecer interminable que quedará en mi memoria para siempre.